Ivor Robinson moría de aburrimiento en Dallas, a donde se había mudado para encabezar el nuevo grupo relativista del Southwest Center for Advances Studies.

Un inmenso desierto separaba las zonas costeras donde se concentraban las jóvenes promesas americanas de la física. Un vasto escenario geográfico tan duro y olvidado que se diría que únicamente podría albergar resignación. Pero no, en aquel desierto se había levantado una de las mecas científicas más importantes del país, la nueva “Princeton” de Texas, y las dos ciudades más importantes del estado de la estrella solitaria, Dallas y Austin, habían aportado su granito de arena en forma de subvenciones a la investigación. Un titular del Dallas Times Herald llegó a describir el incipiente corredor tecnológico “como ciencia ficción“.
Sin embargo, con la única distracción de observar el movimiento de los coches, cual hormigas en fila en el inmenso aparcamiento del centro que, a su vez, se empequeñecía conforme se levantaba la vista al vasto paisaje baldío que le rodeaba, Ivor suspiraba por hablar con personas que pudieran reconocer un bivector nulo en cuanto lo vieran.
Así que aquel largo fin de semana del 4 de julio de 1963 invitó a los relativistas Alfred Schild y Engebert Schücking a pasar juntos en su nuevo entorno unos insípidos y calurosos días.
Sentados alrededor de una piscina suburbana de Dallas, se abanicaban perezosamente con un Martini bien cargado en la mano, cuando el físico Lauriston Marshall, director científico del centro sugirió ― ¿No creéis que quizás una pequeña conferencia pondría ayudar a poner en el mapa el Instituto?
― Darle a la vida, al menos, un poco de sabor – contestó Ivor elevando su copa con uno de sus característicos gestos grandilocuentes mientras Schild y Schücking salían de su plácida modorra para aplaudir la idea.
Schücking se incorporó ligeramente mientras se acomodaba las gafas y buscaba un cigarrillo, todos sabían que fumar le ayudaba a pensar. Apenas había dado la primera calada cuando entornando los ojos dijo ―Quizás podríamos hacer una conferencia sobre los cuásares―y tras una reflexiva pausa añadió ―nadie sabe exactamente lo que son― e inmediatamente todos estuvieron de acuerdo.
Tras el tercer Martini, un contagioso entusiasmo se apoderó de ellos y pronto la idea original de llevar a cabo un pequeño simposio se les fue de las manos.
―Hemos “texanizado” la idea ―apuntó Schücking entre risas ―la hemos convertido en una gran celebración en Dallas.
― Que mejor uso para los valiosos fondos de la ciudad que convertirlos en alcohol – sentenciaba Ivor que defendía que era un elemento imprescindible para que el debate fluyera adecuadamente. Ya destinarían los fondos de Austin a otros gastos más sobrios.
Pero ¿cómo se llamaría la conferencia? Después de todo no eran más que un pequeño grupo de relativistas organizando una conferencia sobre un tema astronómico.
―Hemos arreglado eso ― dijo Schild unos días más tarde―El título de la conferencia será Simposio de Texas sobre Astrofísica Relativista.
Acababan de dar nombre a un campo teórico totalmente nuevo e invitaron a todos los que en el mundo pudieran estar relacionados con esa disciplina.
Pero el viernes 22 de noviembre, apenas 3 semanas antes del encuentro y a tan solo tres manzanas del hotel elegido para la conferencia, el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, J.F. Kennedy, era asesinado en Dallas. El gobernador de Texas, John Bowden Connally Jr., encargado del discurso de bienvenida del congreso, viajaba delante del presidente en el Lincoln Continental blanco que se dirigía a la Base Aérea de Carswell para abordar el avión presidencial. Nada evitó que los disparos acabasen con la vida de Kennedy ni que Connally resultase gravemente herido. La tragedia conmocionaba al mundo entero y hacía peligrar la conferencia.
Nunca sabremos si el congreso se celebró porque los organizadores capearon hábilmente todas las presiones ejercidas para su cancelación o si simplemente lo facilitó el oportuno informe del FBI a la comisión Warren en el que, en tan solo 17 días tras el incidente, se concluía que Lee Harvey Oswald hizo los tres disparos.
Lo cierto es que, justo antes de las vacaciones de Navidad, unos 300 científicos de todo el mundo se dieron cita en el centro de Dallas. John Connally, con su brazo derecho aún en cabestrillo, dio la bienvenida en el discurso de apertura y Oppenheimer presidió la primera sesión. Unos minutos antes de iniciarla Engebert Schücking dijo ―Señores, sincronicemos nuestros relojes.

Por fin la relatividad general y la astrofísica acomodaban el paso.
Hoy en día, el primer Simposio de Texas, además de por el alcohol que lo hizo posible, es recordado por una pequeña charla que en aquel momento pasó desapercibida para los astrofísicos del público, el anuncio del gran avance en la física de los agujeros negros. La dio un prometedor relativista llamado Roy Kerr.

Este texto parte del libro Agujeros Negros de Marcia Bartusiak
Las fotos utilizadas en el texto se han obtenido the University of Texas Center for Relativity https://web2.ph.utexas.edu/utphysicshistory/index.html