Antes de tomar tierra Amelia ya sabía que aquello a lo que creía estar destina era una invención de su ego. No era la primera vez que se lo decía su madre, ni tampoco la primera que ella lo rechazaba con un portazo y un “tú que sabrás”. Pero aquella vez su madre estaba realmente asustada y, como siempre, no se molestó en tranquilizarla.

― ¿No puede ir alguien con más experiencia? ―le dijo cuando se enteró

― Me han elegido porque soy la mejor ―le soltó.

Luego se enteró de que nadie había aceptado el encargo.

Con apenas 27 años y dos másteres en comunicación, uno en técnicas audiovisuales y otro en conflictos armados, Amelia no entendía que alguien pudiera rechazar una entrevista a Bashira Rasí. Su primer encuentro con la realidad laboral la había colocado tras una pantalla de ordenador en busca de titulares a partir de las frases ingeniosas de los políticos. Quizás por eso aquella entrevista parecía, por fin, su gran oportunidad: el resultado de todas las fiestas a las que no había asistido por dedicar las noches a leer tratados internacionales y a escribir sus disertaciones para los debates universitarios; jamás permaneció callada en ninguno de ellos.

Volar en un avión del ejército supuso el primer golpe a su autoestima. Enfundada en un chaleco y un casco que le quedaban grandes, tuvo dificultades para atarse el cinturón de seguridad y la mirada, entre burlona y reprobatoria, de los militares la hizo sentir ridícula y fuera de lugar. Para tranquilizarse sacó su cuaderno y repasó sus notas.



Durante el trayecto al palacio la inseguridad primero y el miedo después fueron en aumento. Su guía parloteaba, en un perfecto inglés, sobre los métodos de defensa de las abejas. Le explicaba como el enjambre ataca en grupo cuando un intruso entra en la colmena. Describía con detalle cómo las abejas lo cubren y permanecen sobre él hasta asfixiarlo.

Cuando paró el motor se giró hacia ella y con una sonrisa desdentada le aclaró que el reino funcionaba exactamente igual que una gran colonia de abejas, que las hijas de Bashira, ya adultas, debían ocupar cada una un emirato. La noticia debía ser transmitida por y para el mundo occidental bajo la supervisión de la reina como parte de su propaganda.

― Puede usted estar segura  ―continuó mientras bajaba para abrirle la puerta ―de que de ninguna manera permitiría una colmena que cualquier intruso que haya entrado en ella vuelva a salir con vida.

Amelia quiso gritar que ella no era ningún intruso, que tan solo era una invitada, pero la falta de humedad del desierto le había secado la garganta.


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