Margarita era una joven imaginativa que se asustaba con facilidad. Cuando eso ocurría se ponía hecha un manojo de nervios y ya no daba pie con bola.
Catorce trabajos había encadenado en el último trimestre. Lo que suponía, según sus cálculos, un jefe nuevo cada 4,07 días sin contar los fines de semana.
Ya había perdido toda esperanza de encontrar a alguien que no la intimidara, cuando recordó lo que una vez le dijo su amigo Albert Einstein: “En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”.
―Esta vez no puede volver a pasar― se dijo así misma y respiró profundo antes de abrir la puerta del despacho de su nuevo director.
―Adelante, pase ―le dijo mirándola fijamente al ver que no reaccionaba.
Antes de que pudiera perder el control, lo vio vestido de caballero medieval, con su cota de maya y un casco que le tapaba las cejas. Eso la alivió, aunque no entendió por qué su imaginación había elegido esa figura, quizás su jefe fuera de Zamora.
Al día siguiente, apenas si pudo reprimir una risita, cuando tras un bostezo lo vio vestido con un pijama de cuerpo entero en forma de oso. A los pocos días ya no necesitaba ni siquiera un gesto para imaginarlo de otra guisa: una soleada mañana de verano apareció vestido de buzo con aletas incluidas y un fría tarde de otoño llegó tocando la gaita y ataviado con un kilt escocés, aunque no pudo saber si llevaba o no ropa interior.
Todo iba bien y nadie lo notaba. Además de vivir tranquila, había batido el récord de permanecer 184 días en el mismo trabajo. Hasta que un día lo vio desnudo y no pudo evitar fijarse en que no se había cortado las uñas de los pies. Aquello la desconcertó tanto que apenas pudo concentrarse en lo que hacía.
―Esto no está bien, nada bien ―se dijo a sí misma y para olvidar el incidente salió con una amiga a tomar una copa al bar-cabaré que estaba de moda en Barcelona.
―Mira si estaré obsesionada― le dijo a su amiga cuando entraron en la sala― que acabo de imaginar a mi jefe en el cuerpo de esa Drag Queen.
Él, al reconocerla, le sonrió desde la barra y le guiñó un ojo a modo de saludo.
Este texto surge como parte de un curso de escritura creativa en la Escuela de Escritores. En él exploramos las historias del absurdo.
