
Mrs. W. B. Meloney.
«Pierre Curie estaba de pie en el umbral de la puerta acristalada de un balcón. Me pareció muy joven, a pesar de tener ya treinta y cinco años. Me impresionó la expresión de su mirada clara y la ligera apariencia de abandono de su figura espigada. Su forma de hablar, un poco lenta y reflexiva, su sencillez, su sonrisa, grave y joven a un tiempo, inspiraban confianza»
Marie Curie
París, 1894. Marja Sklodowska, una joven estudiante polaca en busca de laboratorio, describía así al hombre del que apenas se separaría en los siguientes 11 años y que se convertiría en su amigo, su pareja, su colaborador y en el padre de sus hijas.
Está a punto de comenzar el siglo XX, grandes descubrimientos científicos estaban por desvelarse, pero expresiones como «conciliación» o «conciencia de género» todavía no existían en el diccionario. Las dificultades para que las mujeres se subieran al carro de la investigación científica eran muchas, aunque no infranqueables para mujeres con voluntad y talento si encontraban los apoyos adecuados. Muchas lucharon para abrirse paso, pero no todas lograrían reconocimiento público. La colaboración con colegas masculinos e incluso el AMOR no tuvieron siempre el mismo efecto. Para Marja Sklodowska, sin embargo, el encuentro y colaboración con Pierre Curie la convertiría en la ganadora de dos premios Nobel, en la científica más famosa de la historia y en un auténtico mito: Mme. Curie.
Conociendo su falta de aprecio por la fama, es difícil saber si Pierre aprobaría tal derroche de popularidad, aunque de lo que no cabe duda es de que no se hubiera sentido amenazado por la gloria de su esposa y colaboradora. Pero dejemos de lado a la Curie mítica -que como mujer extraordinaria puede con todo- y admitamos que no salió adelante sola. Su entorno familiar y el modelo parental que Marie y Pierre establecieron determinaría su trayectoria profesional y el reconocimiento público de su labor.
Aunque la sabiduría popular dice que «detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer», en este caso nos tomaremos la licencia de decir que «detrás del reconocimiento público de una gran mujer, siempre hay un gran hombre». Pierre Curie fue el gran hombre que estuvo detrás del reconocimiento público de esta extraordinaria Mme. Curie, aun a expensas de que la inusitada atención mediática sobre su esposa haya podido, con el tiempo, apantallar sus propios logros.
Su temprana muerte, un accidente agravado por su estado de salud debido a la sobreexposición a la radiactividad, nos ha privado de saber hasta dónde hubiera podido contribuir este gran investigador y docente, pero su legado intelectual y científico es suficiente para valorar el alcance de su pérdida.
El 15 de mayo de 1859, la modesta familia del Doctor Eugène Curie y Claire Depouilly recibía a su segundo hijo. Pierre Curie nacía en una casa de la calle Cuvier, frente al Jardín de las Plantas de París. Tres años y medio más joven que su hermano Jacques, siempre les uniría una gran amistad, entrañables recuerdos de infancia y sus colaboraciones científicas.
Las capacidades intelectuales y el espíritu soñador de Pierre no eran las más adecuadas para una formación reglada y se le atribuyó cierta lentitud mental, que incluso él mismo creía tener. Afortunadamente, sus padres tenían suficiente «inteligencia emocional» para comprender sus dificultades y no exigirle un esfuerzo que pudiera haber sido perjudicial para su desarrollo. De esta forma, Pierre pudo crecer en libertad desarrollando el gusto por las ciencias naturales y su primera educación, aunque irregular e incompleta, tuvo la ventaja de no estar contaminada por dogmas, prejuicios o ideas preconcebidas.
Guiado por su padre y en íntimo contacto con la naturaleza aprendió a observar hechos y a interpretarlos correctamente. Pronto alcanzaría un gran dominio de la historia natural y de las matemáticas y resto de su formación, historia y literatura, la adquiriría a través de la lectura, afición que el culto doctor Curie supo transmitir a sus hijos. Pierre contó además con un profesor excelente, Albert Bazille, quien le hizo ver sus capacidades matemáticas y su desarrollada visión espacial permitiéndole descubrir su vocación por la ciencia. A los 16 años sus peores momentos con la educación reglada finalizaban con un bachillerato en ciencias y dos años más tarde, a la temprana edad de 18 años, obtenía su licenciatura en Físicas por la Sorbona.
Compaginó su formación Universitaria con el acceso al laboratorio de la Escuela de Farmacia y se familiarizó con los métodos de laboratorio colaborando con su hermano Jacques. Así, a los 19 años llamó la atención del Director del Laboratorio de la Universidad y por motivos económicos aceptó el puesto de preparador de laboratorio, que desempeñó durante cinco años a la vez que iniciaba sus propias investigaciones.
Este joven alto y delgado, mostraba una expresión reservada en la que se intuía un profunda vida interior. Aunque se sentía destinado a la investigación científica, en sus diarios personales, Pierre se preguntaba «¿Qué voy a ser?» Sentía la necesidad de comprender los fenómenos de la naturaleza para darles explicación, pero las múltiples interrupciones de cosas fútiles le estorbaban en sus reflexiones y le enfadaban. Solía enumerar las cosas inútiles que hacía durante el día y que robaban el tiempo al verdadero trabajo bajo el epígrafe «un día como otro cualquiera».

Tras su primer trabajo, comenzó unas exitosas colaboraciones con su hermano Jacques que no serían reconocidas hasta 1895 con el premio Planté. Investigaron los cristales (cuarzo, turmalina, topacio…) descubriendo el fenómeno llamado piezo-electricidad, que consiste en la polarización producida por compresión o expansión de cristales en la dirección del eje de simetría. Hoy en día encontramos mecanismos que dependen de ella en las impresoras de inyección de tinta, los detectores de humo, las pastillas de las guitarras eléctricas o en la monitorización de los latidos del feto en las ecografías. Para este trabajo, Pierre creó un instrumento de alta precisión, «la Balanza de Curie» que sería determinante en el posterior descubrimiento del Radio y el Polonio.
En 1883 Pierre fue nombrado Director del laboratorio de la escuela Industrial de Física y Química, comenzando así un largo periodo de 22 años, prácticamente toda su vida laboral, como director y docente. Se sentía afortunado de tener el aprecio de sus alumnos, mucho de los cuales se convertirían en amigos y siempre recordarían los debates de sus clases. «Sus alumnos le adoraban por su sencillez, parecía más un camarada que un profesor» escribía Marie Curie en su biografía.
El trabajo y la organización del laboratorio le confirieron «ese espíritu de gran precisión y originalidad que le caracterizaba». Conformó su idea de la enseñanza de las ciencias, siempre apoyada en la práctica, y definió su estilo directo, franco y comprensible de transmisión de conceptos. «Recuerdo la simplicidad y la claridad de su exposición» diría Mame Curie refiriéndose a la defensa de su tesis doctoral.
Entre 1884 y 1885 publicó varios trabajos relacionados con la formación y la simetría de cristales. Le fascinaba la idea de simetría, cuyo profundo significado avanzó Pierre Curie: «Creo que es necesario introducir en la física las ideas de simetría tan familiares a la cristalografía». Los descubrimientos de Pierre en el campo del magnetismo también fueron pioneros; postuló que las propiedades magnéticas de una sustancia paramagnética cambian al alcanzar una determinada temperatura -Temperatura Curie-, y para su determinación desarrolló una sencilla máquina térmica, «el péndulo de Curie». Esta temperatura tiene aplicación en el estudio de las placas tectónicas, en el tratamiento de la hipotermia, en la compresión de los campos magnéticos extraterrestres o en la medición de la cafeína en bebidas. No será hasta alcanzar la edad de 35 años, cuando recopilaría todos estos trabajos sobre electromagnetismo en su Tesis Doctoral, cuya defensa sería recordada como una de los conferencias de la Physics Society.
Pierre había superado la etapa de dudas de juventud y adquirido un método de trabajo que le permitía desarrollar al máximos sus excepcionales cualidades. Comenzaba a ser reconocido tanto en Francia como en el extranjero -el ilustre Inglés Lord Kelvin fue uno de sus valedores-, pero sorprendentemente, continuaba en una lamentable situación laboral y su salario apenas le permitía llevar una vida sencilla y continuar con su trabajo.
Su carácter independiente le impedía exigir mejoras: «Que necesidad más desagradable es la de tener que reclamar una posición cualquiera. No estoy acostumbrado a esta forma de actividad desmoralizadora en grado sumo». Aún era menos inclinado a recibir honores. Cuando fue propuesto para la Palmes Académiques, rechazó la distinción a pesar de los ventajas que suponía y lo mismo hizo en 1903 con la condecoración de La légion d’Honeur.

En 1895, año en que Roentgen hacía la primera radiografía de una mano humana utilizando los Rayos X, Pierre Curie «decidió compartir su vida con una estudiante también sin fortuna, a la que había conocido por casualidad». El 26 de julio, Pierre y Marie recorrían en bicicleta la campiña francesa en la que sería su Luna de Miel.
Pierre no concebía la idea de abandonar su actividad científica y tampoco el que lo hiciera su pareja, esa idea le atormentaba especialmente cuando la sombra de la enfermedad acechaba su trabajo: «pase lo que pase, incluso si uno de nosotros se convirtiera en un cuerpo sin alma, el otro debe seguir trabajando siempre». Esta idea de igualdad en el trabajo permitió a Marie disfrutar, no sin esfuerzo, de su maternidad y sus investigaciones. Toda su vida se organizaba en torno a la familia y a su trabajo en el laboratorio donde se le permitió (poco habitual para la época) trabajar junto a su marido, ya que Pierre consiguió que el director de la Escuela de Física y Química permitiera que Marie continuase allí sus trabajos sobre el magnetismo de los aceros. Cuando nacieron sus hijas, el apoyo del Doctor Curie que acababa de enviudar fue decisivo para que la pareja pudiera continuar su labor mientras su abuelo se encargaba del cuidado de las niñas. Pierre disfrutaba de ver crecer a sus hijas, cuya educación le interesaba personalmente y con las que intentaría compartir todo su tiempo libre.
Durante su relación científica y personal, Marie profundizará en el conocimiento de Pierre, del que admiraba su capacidad para mejorar constantemente: «Vivía en un plano diferente, más elevado. A veces me parecía un ser único, libre de toda vanidad». El secreto de su infinito encanto residía en su mirada directa y en su amabilidad y gentileza de carácter. Era muy difícil discutir con él, «enfadarme no es uno de mis puntos fuertes» solía decir el propio Pierre, pero a la vez nadie podía desviarle de su línea de acción, por ello su padre le apodaba «gentle sturbborn one«.
En 1897, el asombroso descubrimiento de Bequerel en su investigación con sales de uranio llamó la atención de Marie, quien decidió investigarlo para su tesis doctoral. Viendo el potencial de este trabajo, Pierre dejó de lado sus investigaciones sobre electromagnetismo para colaborar con ella. Ese mismo año Thomson descubría el electrón pero aun faltaban 11 años para que Rutherford descubriera el protón y 35 para que Chadwick hiciera lo propio con el neutrón.
Juntos descubrieron el Polonio y el Radio pero, fieles a la idea de que la ciencia pertenece a todos, nunca patentaron sus métodos. Sus investigaciones y las de otros científicos establecieron la naturaleza de las emisiones del Radio, probando que pertenecían a tres categorías, rayos alfa (chorros de partículas de carga positiva), rayos beta (chorros de partículas de carga negativa) y un tercer grupo insensible a la acción de campos magnéticos similar a la luz o los rayos X (radiación gamma). El principal argumento en contra de la teoría de la selección natural y la evolución de Darwin, la edad de la Tierra, quedaba rebatido con el descubrimiento de la Radiactividad Natural.
El matrimonio sentía una alegría especial al contemplar la espontanea luminosidad de los productos con radio. Pasaban sus días en el laboratorio, deambulaban arriba y abajo hablando de su trabajo presente y futuro. La conexión de ciertos experimentos con los efectos fisiológicos del radio, hizo que el propio Pierre expusiera su brazo al radio para investigarlo; el resultado fue una lesión tipo quemadura que tardó meses en curar evidenciando la peligrosidad de la radiación. Esta investigación marcaría el punto de partida de la Radioterapia.

La justicia le llegaría a través del matemático Gösta Mittag-Leffler y de la negativa de Pierre a recibir el galardón si ella no estaba incluida. Finalmente, aunque el premio no fue tripartito, Bequerel, Pierre y Marie si recibieron conjuntamente el premio Nobel de Física. Ella sería la primera mujer en recibir un premio Nobel, pero no por ello sentaría un precedente. Otras grandes científicas como Lise Meitner ni siquiera fueron nombradas en el discurso de aceptación de sus colaboradores masculinos.
De la mano del Nobel vino la atención mediática y la petición de publicaciones que Pierre consideraba nuevos obstáculos: «la gente me pide artículos y conferencias y cuando pasen unas años, esas mismas personas se darán cuenta asombrados de que no hemos podido acometer ningún nuevo trabajo».
A sus 45 años, Pierre estaba a la cabeza de la ciencia Francesa pero aún ocupaba una humilde posición de profesor. Cuando esta situación saltó a la opinión pública se creó una cátedra en la Sorbona que lo convirtió en profesor titular de la Facultad de Ciencias de París. Comenzaría aquí el periodo más pleno de su vida a pesar de mostrar ya síntomas de enfermedad. Preparó un nuevo curso donde retomaría sus leyes de simetría, el estudio del campo vectorial y tensorial y la aplicación de la física de los cristales. Sus capacidades intelectuales estaban en lo más alto. Su clara compresión de los fenómenos, sus habilidades experimentales, su curiosidad natural y su viva imaginación empujaron sus investigaciones en varias direcciones. Exponía abiertamente sus teorías sobre la cultura y discutía sobre los métodos de enseñanza de la ciencia: «Se trataba de inculcar en los niños un gran amor por la naturaleza y por la vida, así como la curiosidad por descubrirlas», pero sobre todo «la enseñanza de las ciencias debía dominar en todos los liceos, tanto de niños como de niñas».
Desgraciadamente este periodo apenas duró. En la lluviosa mañana del 16 de abril de 1906 tras una reunión en la Sociedad de Profesores de la facultad de Ciencias, Pierre guió sus pasos por la rue Daophine hacía la imprenta Gauthiers-Villars para revisar su último artículo. Un aparatoso accidente ocurría entonces cerca de Pont Neuf: un transeúnte moría arrollado por un carro cargado con seis toneladas y tirado por 2 percherones. La tarjeta de visita encontrada en el bolsillo de su chaqueta revelaba que ese hombre era Pierre Curie.

A final de año, la Academia de Ciencias publicaría su obra completa advirtiendo, por fin, el alcance de la pérdida. Mientras tanto, Marie intentaba retener cada instante de sus últimos momentos aferrándose a su recuerdo.
A los pocos días de la tragedia, empezaría un diario: «Pierre, Pierre mío, estás ahí…». A pesar de su infinita tristeza y desolación, siempre seguiría trabajando, tal y como Pierre hubiera deseado.
Bibliografía:
- Pierre Curie de Marie Curie. Ed. Dover Publications,Inc. Publicado por primera vez en 1963 y republicado sin alteraciones en 2012.
- María Sklodowska-Curie. Ella misma de Belén Yuste y Sonnia L.Rivas-Caballero. Ediciones Palabra S.A, 2016.
- Releer a Curie de Xavier Roque.
http://icmab.es/images/attachments/2017/Releer_a_Curie.pdf