Los pequeños cristalitos de las grandes lámparas de gas del salón de baile reflejaban la luz del bulbo central creando un efecto encandilador que le recordaba a las entrañables fiestas navideñas del hogar paterno. Los pies de los bailarines se deslizaban al son del rápido vals de Strauss por su oscuro suelo de tarima de roble, tan pulido como los zapatos de los danzantes. Todas las parejas vestían igual: esmoquin negro ellos, vestido blanco de noche largo que recogían con la mano derecha ellas . Giraban en torno a sí mismas en sentido de las agujas del reloj mientras recorrían la estancia en sentido contrario. A gran velocidad. Cerraban un gran círculo que rodeaba la estrella de marquetería en roble más claro que ocupaba el centro del salón, como si fueran una guirnalda. Un grupo nuevo de bailarines se incorporó a la sala de baile. Les fue imposible romper el círculo que formaban los primeros para incorporarse y por ello se acomodaron en un círculo mayor que los rodeaba. Comenzaron a danzar en sentido contrario. Todos en perfecto orden. Parecían capas de una cebolla cortada por la mitad.
Sonó una campanita. ¿Cambio de sentido? Cualquiera que hubiera bailado el vals vienés sabría que no costaba lo mismo bailar en una dirección que en la contraria y también sabría lo difícil que resultaba invertir la rotación. Pero los bailarines parecían ajenos al sonido y continuaban con la inercia del baile sin intención de cambio. La campanita sonó de nuevo. Esta vez algo despertó en la conciencia de María, por un momento dudó desorientada. Era el despertador.
Unos segundos tardó en despertar completamente, segundos en los que revivió el sueño en su cabeza para no olvidarlo. No era la primera vez que giraba en sueños. Unas noches antes había soñado estar dentro de una taza gigante. Esas tazas de feria que giran alrededor de su eje central a la vez que describen un círculo completo sobre la plataforma de la atracción. Pensó que ambos sueños tenían muchas similitudes y fantaseó con la idea de que podrían tener relación con la investigación que desde hace un año ocupaba su mente noche y día ¿No estaría obsesionándose? Los ruidos cotidianos y la voz de Joe recordándole que se hacía tarde la sacaron de su ensimismamiento y relegó los sueños a un oculto cajón de su memoria inconsciente
―Hoy volveré tarde, pasaré por el despacho de Fermi antes de venir ― le dijo a Joe al salir del coche mientras plantaba un cariñoso beso en su mejilla.
María había llegado a Chicago un par de años antescon un puesto, por fin, remunerado como profesora asociada de la universidad. Hasta ahora siempre había antepuesto la carrera de Joe a la suya y las leyes anti-nepotismo le habían impedido consolidarse como científica independiente y recibir un salario justo. Pero también llegó con la idea de continuar su trabajo con Eduard Teller en el “Proyecto Secreto” que se había iniciado durante la guerra en el Laboratorio Metalúrgico, ahora sustituido por el Laboratorio Nacional de Argonne bajo la dirección de la reciente Comisión de Energía Atómica. Había aceptado compaginar el puesto de Física Senior en la División de Física Teórica del laboratorio con el trabajo de la universidad. Pero el laboratorio estaba interesado en la Física nuclear, disciplina en la que tenía poca experiencia. Por otro lado, Teller quería a alguien que trabajase con él en la fascinante teoría del origen de los elementos. Quería un colega que le sirviera de audiencia y que supiera de matemáticas, una de las áreas en las que María era experta.
Pronto ambos, María y Teller, se dieron cuenta de que algunos elementos como el estaño o el plomo eran más abundantes de lo que cualquier teoría podía explicar. Se preguntaban por qué esos elementos en particular tenían núcleos tan estables. Pero Teller estaba, como siempre, disperso con varios proyectos y viajaba constantemente por lo que María se enfrentó sola al reto de descubrir que en todos esos núcleos el número de protones o de neutrones era muy especial. Tan especial que para captar el espíritu de misterio que los envolvía se refería a ellos como “números mágicos” y conforme el número crecía -2, 8, 20, 28, 50, 82 o 126- el misterio parecía más y más profundo. Cada noche, María volvía a casa completamente inmersa en la investigación del día. No era capaz ni de atender a los niños, tan solo encendía un cigarrillo tras otro y hablaba y hablaba y hablaba sin parar de números mágicos mientras Joe asentía y le animaba a acumular más datos.
Los intentos por interesar a Teller en su investigación no dieron ningún fruto. María coleccionaba números mágicos que los experimentos de la Universidad de Chicago reproducían una y otra vez indicando una posible simetría nuclear, pero él estaba mucho más interesado en el desarrollo de armas nucleares.
Así que ella se había acostumbrado a visitar a Enrico Fermi de forma asidua, parecía ser el único científico en Chicago interesado en su trabajo. Su amistad se remontaba a la primera vez que los Fermi llegaron a Estados Unidos, ambos habían encontrado casa en Leonia, cerca de la Universidad de Columbia. Por aquel entonces, mientras Enrico convencía al gobierno de iniciar una investigación nuclear, María introducía a Laura Fermi en los secretos de la vida americana que más la aterraban: la lavandería y el supermercado.
El despacho de Enrico estaba en la tercera planta, con vistas al jardín y orientado al oeste. Aquella tarde de abril, la puesta de sol desde los ventanales del despacho resultaba muy estimulante. Para ella era un lugar especial donde siempre se hablaba de ciencia con la ligereza que se habla de cualquier banalidad. El gran talento de Fermi, tanto teórico como experimental, estimulaba a María a buscar soluciones sencillas a problemas complejos. Se sentía cómoda y fumaba en exceso, pero para Enrico eso no era ningún problema.
Mientras hablaban de su teoría sobre los números mágicos, sonó el estridente pitido del interfono.
―Buenas tardes, señor Fermi. Tiene una llamada de larga distancia― comunicaba la metálica voz del aparato.
―Gracias, bajo enseguida― y volviéndose a María le dijo ―Tengo que dejarte un momento, no tardaré―
Apenas había abierto la puerta cuando se volvió y le preguntó ―¿Podría tu teoría explicar el acoplamiento spin-órbita?― y desapareció en dirección a la escalera.
La pregunta desencadenó en María una especie de flash de revelación, como un pálpito. No sabía cómo, pero era capaz de explicar por qué ciertos números mágicos se ajustaban a ciertos núcleos. Había dado con la pieza final del puzle. Sabía que debía ser así, que había resuelto el misterio. Solo deseaba coger papel y lápiz y comenzar a calcular que lo que pensaba era correcto.
Al ver los resultados, una sensación desconocida e indescriptible recorrió su cuerpo. No eran nervios, aunque su cabeza parecía acelerase sin control. No era vértigo, pero se sentía como si callera al vació. María experimentaba la excitación emocional y física que acompaña a los largos y profundos procesos creativos. Acababa de experimentar lo más parecido a la felicidad: la plenitud de descubrir.
Fermi apenas tardó diez minutos en volver y María salió a su encuentro.
―Enrico, ya lo tengo, ya lo tengo, tienes que ver esto― y comenzó a explicarle su nueva teoría. Las palabras salían a borbotones y sin pausa. Pero Fermi era un hombre que gustaba de la calma, el detalle y de explicaciones metódicas.
―Mañana, cuando estés menos excitada, me lo explicas― dijo con una sonrisa mientras cogía su sombrero y abandonaba el despacho.
Lo que María acababa de descubrir era que el número mágico de un núcleo estable era función de dos cantidades bien conocidas: el spin y el momento angular orbital de cada partícula.
Su sueño contenía la respuesta a la pregunta de Fermi sobre el acoplamiento spin-orbita. Al igual que los bailarines giraban en torno a sí mismos moviéndose alrededor del salón, cada nucleón gira alrededor de su eje y al mismo tiempo tiene un momento en órbita que determina su nivel de energía. Los bailarines de cada círculo representaban el número de partículas nucleares en cada capa.
A pesar de haber escrito antes artículos importantes esta vez le resultó mucho más difícil. Tenía miedo, miedo de presentar sus ideas a la comunidad científica. Quizás no fueran tan originales como ella creía o tal vez había estado influenciada por otros artículos que había leído. Joe puso el lápiz en sus manos y la insistió hasta que escribió sus descubrimientos de forma preliminar. Le pidió a Fermi que firmara con ella.
―No, María. Yo solo te hice una pregunta. Debes aparecer tu sola.
Tan solo redactó una escueta carta al editor que fue publicada en junio de 1949 en la revista Physical Review.
Un timbre sonó en la lejanía, pero no los sacó del sueño. La segunda vez que sonó el teléfono los despertó completamente. Eran las dos de la mañana.
― Llamada de larga distancia desde Estocolmo― dijo la telefonista y escuchó el cambio de clavija de la centralita.
Tapó el micro con la mano y se giró ―Joe ¿a quién conocemos en Estocolmo?
Antes de que pudiera responderle se oyó la voz del periodista que llegaba fuerte y clara a pesar de la distancia.
― ¿María Goeppert Mayer?
― ¿Si?
―Llamo para comunicarle que ha sido galardonada con el premio Nobel de física…―La sensación de irrealidad la paralizó, creía que era una equivocación.
―María, ¿me escucha?
―Sí, sí, sigo aquí, es que… realmente no sé qué decir― gritó María ― ¿Es cierto? No puedo creer que sea cierto― Buscó a Joe con la mirada, pero él ya estaba en la cocina y la esperaba con una botella de champan.
A la mañana siguiente una multitud de cámaras y reporteros esperaban a las puertas de la casa donde llegaba un torrente continuo de telegramas y flores.
Nunca, ni en sus anhelos más profundos, soñó María que aquella simple carta de hace 14 años, una obra maestra de claridad y concreción, la convertiría en la segunda mujer en recibir el premio Nobel de Física y la tercera Nobel en Ciencia.
Bibliografía:
Maria Goeppert Mayer Physicist by Joseph P. Ferry
Son of (Entropy)2 by Peter C. Mayer
Con este texto participo en la iniciativa de @hypatiacafe del mes de enero de 2023. Humilde contribución a #PVenero2023
«No tengo ninguna duda de que en el curso del tiempo esta nueva ciencia será mejorada con más lejanas observaciones e incluso mucho más con pruebas verdaderas y concluyentes. Pero eso no disminuye la gloría del primer observador» [1].
Galileo
Es fácil imaginar a los primeros observadores mirando la oscuridad del cielo nocturno cubierta de brillantes puntos de luz y pensando que, quizás, era el techo del mundo donde se encendían los fuegos de los dioses. Como seres visuales, la luz que nos llega desde muy lejos condiciona nuestra forma de pensar. Así, desde las reliquias de las primeras civilizaciones a inscripciones en oráculos chinos, desde los libros de jeroglíficos mayas a las tablas de Babilonia, en todos recogieron información sobre brillantes cometas, movimientos precisos de Venus y ciclos de la Luna y los errantes[2]. Mucho más tarde, un grupo de peculiares mujeres capturaba también el misterio del Universo en nueve volúmenes de clasificación estelar con más de 250 páginas cada uno, proporcionando así los fundamentos empíricos para futuras teorías astronómicas.
La Astronomía nació de la unión de la curiosidad por lo remoto con la necesidad de lo práctico: trazar el patrón de las estrellas permitía establecer sistemas de coordenadas en los cielos, sus figuras estelares a lo largo de las estaciones servían de marcadores para la agricultura, la medida del tiempo o la navegación. Pronto las estrellas permitirían que los grandes aventureros se embarcaran en sus naves y surcaran los mares prohibidos rumbo al descubrimiento de sus vidas.
Más de 5000 kilómetros de océano es lo que separa Cambridge College del Observatorio de Harvard. Con tan solo un baúl, el violín heredado de su padre y los conocimientos adquiridos en el laboratorio de Cavendish, los recorría el 10 de septiembre de 1923 una joven estudiante de física. Cecilia Payne iba a hacer el descubrimiento que le estaba destinado: dar a conocer de qué están hechas las estrellas.
Para entonces la astronomía había dejado de ser el esfuerzo de aficionados. Convertida en una verdadera profesión, las universidades competían por albergar los más grandes telescopios de refracción pues sus avances iban inevitablemente ligados a los de la instrumentación. Galileo, el primero en usar el telescopio, nos introdujo en un intrincado universo de inesperado cambio; Newton, desde una perspectiva teórica, nos enseñó que el movimiento podía describirse con las mismas leyes físicas en la tierra y en el cielo. Pero lo que hizo que el astrónomo fuera algo más que un bibliotecario celestial fue la introducción del espectroscopio, aparato que podía descomponer la luz de las estrellas en su gama de colores (espectro), permitiendo discernir la química de los cielos. Con el tiempo, el uso de detectores que alcanzan longitudes de onda que nuestro ojo no puede percibir y sistemas computacionales para procesar inmensas cantidades de información permitirían rebasar los límites de nuestros sentidos y entrar en una era digital.
Sin embargo, cuando Cecilia llegó al observatorio de Harvard el mundo todavía era analógico y en una habitación subterránea bajo la rotonda circular del Telescopio encontró algo más que polvo: cientos de miles de placas fotográficas de cristal que registraban los espectros de prácticamente cada estrella visible.
Unos años antes, el innovador director del observatorio, Eduard Pickering, se embarcó en el titánico esfuerzo de fotografiar todo el firmamento. Muchas de las placas fotográficas eran enviadas desde otros observatorios, Perú, África del Sur, Nueva Zelanda y Chile, siguiendo largas y peligrosas travesías. Desde los Andes peruanos, por ejemplo, las cajas de placas cuidadosamente empaquetadas por el astrónomo Solon I. Bailey, descendían a lomos de mulas, cruzaban un puente colgante hasta la ciudad de Chosica donde la frágil carga tomaba el tren en dirección a Lima y desde allí continuaba su largo viaje hasta el puerto de Boston. Conforme los botes con placas llegaban a Harvard se recogían y montaban en marcos de madera en los que eran analizadas con lupas de aumento y cuidadosamente clasificadas.
Para el análisis de este ingente caudal de datos Pickering, defraudado por la baja productividad de los asistentes masculinos, en una arrebato contrató a su joven ama de llaves, Williamina Fleming, y a un equipo de mujeres cuyos excelentes resultados demostraron que su intelecto encajaba en el proyecto, hecho que ya había demostrado la más famosa astrónoma americana de la época, Maria Michell. Lo que comenzó con un momento de rabia estableció una tradición que duraría décadas: más de 80 mujeres entre 1877 y 1919 trabajaron como computadoras del observatorio de Harvard, conocidas informalmente como “El harén de Pickering”.
Por 25 céntimos a la hora, la mitad del salario de un hombre, durante 6 días a la semana las computadoras realizaban un meticuloso trabajo, midiendo y calculando la posición y el brillo de pequeños puntos mediante la aplicación de fórmulas matemáticas y teniendo en cuenta las anotaciones que los observadores (hombres) había hecho durante la noche. La tarea requería un trabajo en pareja de alta concentración: una de ellas analizaba la placa y en voz alta enumeraba lo que en ella encontraba mientras que la otra lo registraba en un cuaderno de notas.
Las «Computadoras de Harvard» trabajando en el Observatorio en 1891.
Aunque “Pickering escogió a su equipo para trabajar y no para pensar”, algunas de estas mujeres se enfrentaron al reto de dar sentido a aquellos patrones. Williamina Fleming catalogó cientos de novas, estrellas variables y nebulosas bajo un sistema de su propia invención. Antonia Maury, soñadora y poeta, siempre ralentizaba el trabajo con sus preguntas sobre el significado de las cosas. Esta discípula de María Michell consiguió establecer el tamaño relativo de las estrellas a partir de los espectros. La «reina suprema» y física por Wellesley, Annie Jump Cannon, era físicamente perfecta para la tarea: sufría una sordera parcial pero sus maravillosos ojos podían ver lo que pocos eran capaces de detectar. Su velocidad para clasificar era asombrosa, hasta 300 estrellas por hora. A lo largo de su carrera inspeccionó más de15000 placas y fue famosa por generar un esquema de clasificación estelar basado en la temperatura que todavía se usa hoy en día. La última y “probablemente la más brillante” de las Computadoras de Pickering, cuya vida ha sido llevada a escena en la obra de Lauren Gunderson Silent Sky, era graduada por Racliffe. Henrietta Leavitt compartía con Annie la sordera parcial y con Antonia la necesidad de entender lo que estaba clasificando. En su estudio de las estrellas variables conocidas en su colección como Las Nubes de Magallanes, encontró que la relación período-luminosidad es fundamental para determinar la distancia de las estrellas a la Tierra.
Cecilia, cuya historia merece un capítulo especial, recibió la primera beca Pickering y llegó a Harvard bajo el reinado de su sucesor, Harlow Shapley. Tan solo conoció a dos de las computadoras del harén: Antonia Maury y Anni Jump Cannon. Un par de años antes de su llegada Henrietta Leavitt murió de cáncer, lo que no impidió que hubiera una dulce conexión entre ambas, entre el presente y el pasado. Se decía que la lámpara de la Señorita Leavitt a veces se mantenía encendida durante la noche porque su espíritu todavía buscaba los secretos de las placas. En realidad era Cecilia quien desde el despacho de Henrrieta, heredado a su llegada a Harvard, la mantenía encendida trabajando sin descanso para convertirse en una verdadera astrofísica y redactar la tesis más brillante jamás escrita en astronomía: Stellar atmospheres.
Aunque todas ellas fueron reconocidas en su momento y durante décadas ganaron reconocimiento a lo largo del mundo por su contribución a la astronomía, hoy su historia ha quedado semienterrada, lo que no disminuye su gloria. Su esfuerzo cubrió de placas de cristal la bóveda del firmamento pero también pavimentó el camino para que otras mujeres trabajaran en computación, ingeniería y en la industria espacial como computadoras humanas.
[1] Esta cita corresponde a un escrito de Galileo a William Gilbert, investigados de magnetismo, pero hemos considerado apropiado adaptarla a la astronomía.
1964 [1] Mi querido James, Espero, por tu bien, que no trabajes demasiado aunque entiendo lo maravilloso de estar poseído por nuestro propio trabajo. A mí me ocurre algo parecido, todos dicen que estoy muy delgada, tan solo peso 41 kilos y soy más diminuta que nunca. Lo que no saben es que la comida no me interesa. Yo me alimento de conversaciones y de música y de física.
Intento continuar con la física, pero es algo que me está resultando demasiado duro. Ahora los artículos parecen estar escritos en un código secreto. Tengo un pequeño cuaderno donde anoto todo lo que quiero que Otto Robert me explique, pero quizás la física se ha vuelto demasiado abstracta para mí. Aunque esté mal decirlo, me consuela que a mi querido y admirado Max Born le pase algo parecido. Él, que inventó la mecánica cuántica, dice que se siente “como un capitán de barco velero ya retirado al que preguntan sobre las condiciones y el futuro del barco de vapor”. Más allá de todo ello, siento que ese no es el mayor peaje a pagar por hacerse vieja, sino que es mucho más duro perder a los amigos y colegas. “Que pequeño se vuelve el viejo círculo” y “cuanto más valor cobran cada uno de los amigos que todavía quedan“.
Hace ya tres años que perdí a mi hermano Walter, uno de mis más queridos amigos porque aunque nos llevábamos 13 años fue mi amigo desde que éramos niños y lo fuimos toda la vida. Pero no fue el primero ni posiblemente el último. Max Von Laue sufrió un trágico accidente hace ya 4 años y apenas un año más tarde nos dejaba Erwin Schrödinger, la última vez que lo visité ya estaba muy enfermo. Con Enrico Fermi e Irene Curie todos sufrimos un gran impacto. ¡Eran tan jóvenes! El cáncer nos arrebató a dos de los físicos más dotados de nuestra era. Parece mentira que hayan pasado ya 10 años desde que mi admirado y estimado Einstein también se fue. Durante nuestros años en Berlín no llegué a entender su falta de relaciones sociales, pero ahora veo que eso era necesario por su amor y responsabilidad con la humanidad. De quien guardo unos maravillosos recuerdos, en el corazón y en la cabeza, es de Niels Bohr. Cuando asistí a la conmemoración del 50 aniversario de su modelo atómico, su influencia era tan profunda que llegué a olvidar que no estaba allí.
Ahora, cuando miro hacia atrás, mi propia vida con sus contratiempos y sus logros, adquiere un perfil nuevo.” Pensando hacia atrás, en mi juventud, me doy cuenta con asombro de cuantos problemas existían en la vida de las chicas normales y que ahora parecen inimaginables. De entre ellos, la mayor dificultad fue probablemente acceder a una buena educación”. Por favor, James, cuídate. No quiero perder a ningún amigo más antes de que yo también esté en la lista. Lise
[1] En mayo de 1964 Lise hizo un viaje por Alemania con los Francks, a la vuelta les escribió para contarles que el viaje había sido un «sueño hecho realidad». Esta carta no es la original, es una ficción construida con distinto fragmentos de la vida de Lise que se han extraído del Libro: Lise Meitner. A life in Physiscs by Ruth Lewin Sime.
Fue un día de Noviembre de 1878, pudo ser el 7 o el 17 dependiendo de los registros, cuando en el apartamento del número 27 de Kaiser Josefstrasse de Viena nacía Lise, la tercera de los ocho hijos de Hedwig y Philipp Meitner. A los niños de esta enorme familia de clase media y origen judío nunca les faltó alguna semana de vacaciones en la montaña ni libros ni lecciones de música. Crecieron en una estimulante atmosfera intelectual y todos ellos, incluidas las cinco mujeres, tuvieron una educación avanzada, algo realmente extraordinario teniendo en cuenta que en Austria a finales del siglo XIX las mujeres estaban excluidas por ley de la universidad y, por tanto, también de una formación secundaria rigurosa. En su ciudad natal Lise Meitner pasaría sus primeros 29 años antes de abandonarla, sin saber que sería de forma permanente, en busca de una carrera profesional. Para entonces ya había obtenido su doctorado en Física.
Lise Meitner en 1906. Etiqueta de Dominio Público 1.0
Apenas tres años después de que la Universidad de Viena abriera sus puertas a las mujeres, una delgada y pequeña Lise de ojos oscuros las franqueaba tras superar el examen de Matura. Lise, que ya había completado su formación como maestra, comprimió en tan solo dos años de intenso estudio los ocho perdidos de escolarización. Tan solo 4 de las 14 mujeres que se examinaron del Matura aquel julio de 1901 pasaron el examen, entre ellas, además de Lise, se encontraba Henriette Boltzmann cuyo padre será una influencia decisiva en el futuro de la joven Meitner.
Para los miembros de la pequeña comunidad de físicos de Viena, estudiar física no era una carrera, era una vocación, no podían imaginar nada más fascinante a lo que dedicar sus vidas y Lise supo en 1902 que ella era uno de ellos. Todas las materias del currículo las impartía una única persona, el físico teórico Ludwig Boltzmann, el defensor de la existencia de los átomos frente a la extendida e imperante filosofía de la ciencia que negaba la realidad a todo aquello que no puede ser observado directamente, el positivismo. Afortunadamente el siglo XX se iniciaba con los grandes descubrimientos, la radiactividad y el electrón, que marcarían el fin de su contienda y con los estudios sobre el movimiento browniano de Albert Einstein y Jean Perrin que le darían finalmente la razón. Entretanto, sus alumnos aprendieron que la labor científica no está exenta del juicio humano. “Boltzmann transmitió a Lise una visión de la física como la batalla por la última certeza, una visión que nunca perdió”. Cincuenta años más tarde seguiría recordando sus clases como “lo más hermoso y estimulante que nunca había escuchado”.
Test de la fórmula de Maxwell fue el título de la disertación oral con la que Lise Meitner se convertía en 1906 en la segunda mujer en el mundo en obtener un doctorado en física. Pero para la joven doctora el futuro no estaba más claro de lo que lo había estado 14 años antes. En Austria todavía no había mujeres trabando en la universidad, ni siquiera en el escalón más bajo de la escala académica, su intento de trabajar con Marie Curie en su laboratorio de Paris fracasó al no haber plazas disponibles y tampoco se abría la posibilidad de trabajar en la industria. No parecía haber caminos que le permitieran permanecer en la Ciencia.
El verano de aquel año el suicido de Boltzmann desconcertó y sacudió a la comunidad científica, pero también afectó a la determinación de Lise de permanecer en la Física. Sin expectativas más allá de la enseñanza en la escuela de señoritas, decidió compaginar esta tarea con los trabajos experimentales con Stefan Meyer en el Instituto Boltzmann. Así comenzaron sus primeros escarceos con el mundo de la radiactividad y en particular con la radiación alfa.
Con 28 años, Lise todavía dependía económicamente de sus padre a los que pidió permiso para ir a Berlín a estudiar unos semestres que se convertirían en más de treinta años.
9 de enero de 1916[2] Querido Herr Hahn Mi salud es buena aunque apenas peso más de 50 kilos. De día solo pienso en los pacientes, la gratitud que demuestran siempre me hace sentir avergonzada. Cuando no se necesitan los Rayos-X, ayudo en quirófano, incluso con la anestesia a pesar de que no me gusta nada. Soy, además, el mecánico del Hospital. Arreglo cables eléctricos y aparatos que se han estropeado, hago tubos en T, catéteres y esas cosas. Pero de noche, cuando tumbada sobre la cama no puedo dormir, siento una especie de nostalgia por la física, siento que ya casi no sé lo que es la física. … Vuelvo a Berlín, necesito trabajar para sentirme por fin aliviada.
16 noviembre 1916 La gente de Haber nos trata como si fuera territorio capturado. Haré todo lo que pueda para preservarlo todo. Tenemos medidas que hemos estado llevando a cabo durante tanto tiempo… Anoche estuve en casa de Planck. Tocaron dos maravillosos tríos, Schubert y Beethoven. Einstein tocó el violín y de vez en cuando hizo unos peculiares comentarios sobre política y perspectivas militares…
22 febrero 1917 Querido Hahn, ayer tuve un coloquio, pensé en ti y conseguí hablar alto y mirando a la gente en lugar de al encerado. Cuídate y no te enfades por el retraso de la pecblenda, es solo falta de tiempo. No puedo hacer sola el mismo trabajo que hacíamos los tres juntos.
15 mayo 1917 Es imposible que mantengas en tu cabeza todas las preparaciones, te las resumiré brevemente….Debes ser paciente y darme algo de tiempo, las medidas son largas y debo ajustar exactamente el electroscopio.
17 de enero de 1918. Respira hondo antes de comenzar a leer, será una carta larga. Quería terminar algunas medidas para poder contarte lo que realmente deseas oír. …. En cualquier caso, ya podemos pensar en publicar en breve.
Junio 1918 Te escribo para contarte que he tenido un coloquio sobre nuestro trabajo. Planck, Einstein y Rubens me dijeron lo bueno que era, así que he debido hacer una exposición decente. Me hubiera encantado que estuvieras ahí, aunque seguramente me habrías regañado. … Soy lo suficientemente optimista como para esperar que la paz llegue en otoño y que podamos volver a trabajar junto el próximo invierno. Lise
[2] Estos extractos de cartas que Lise Meitner escribió a Hahn se han tomado y traducido del libro Lise Meitner. A life in Physics by Ruth Lewin Sime.
Atraída por un mundo germano parlante del que hablaba Boltzmann y por la figura de Max Planck, la joven Meitner escogió Berlín sin saber que las mujeres todavía estaban excluidas de las universidades prusianas, sin haber oído hablar de la teoría de los cuantos de Planck a pesar de que ya estaba publicada desde 1900 y sin conocer que la postura de éste sobre las mujeres era bastante conservadora. Afortunadamente, estaba dispuesto a hacer excepciones, admitía que si una mujer estaba especialmente dotada para la física, cosa que consideraba poco probable, era injusto no admitirlas en sus clases.
Cuando Lise traspasó los umbrales de la universidad entraba en un mundo completamente masculino al que reaccionó con extremada reserva y timidez; “cualquiera que conociese lo tímida que era dudaría de que pudiera hacer algo extraordinario”. Pidió permiso a Planck para asistir a sus clases, quien se extrañó de que una mujer que ya había conseguido ser doctora deseara algo más. Pero la aceptó cuando Lise replicó que “quería alcanzar un conocimiento real de la física”.
Pronto comprendió que las clases no ocuparían todo su tiempo y buscó trabajo experimental. Así conoció al Dr. Otto Hahn con quien colaboraría durante más de 21 años en los que fueron grandes colegas y amigos. Otto, con una gran reputación en el campo de la radiactividad, ya había trabajado con Harriet Brooks en Montreal y estaba encantado de encontrar otra especialista en física con conocimientos en radiactividad. Lise, por su parte, que comprendía lo importante que era el tener el coraje de preguntar todo lo que no entendiera para poder avanzar en la física sintió, en su primer encuentro con Hahn, que las informales maneras de éste y su igualdad de edad le facilitaban la labor.
Lise Meitner (left) and Otto Hahn in their laboratory, Kaiser-Wilhelm Institut für Chemie, Berlin 1913. Public Domain Media
El único problema era que el laboratorio de química en el Instituto Fisher estaba completamente vetado a las mujeres. Como solución de compromiso a Lise se le permitió trabajar en una habitación del sótano, un antiguo taller de carpintería con una entrada separada y para usar el baño debía ir a un restaurante cercano. Un año más tarde, cuando por fin las mujeres fueron admitidas en las universidades prusianas, éstas serían bienvenidas y se instalaría un baño de señoras, entretanto, la joven Dra. Meitner prácticamente no existía para los químicos.
Mucho más amistosos eran los físicos del Instituto Rubens: James Franck, Gustav Herz, Max von Laue, formaban parte de un joven grupo al que se unió Lise en los coloquios de física. “No solo eran brillantes científicos, sino que eran personas excepcionales” que con el tiempo serían sus amigos de por vida. Todos eran jóvenes y despreocupados de todo lo que no fuera la maravillosa etapa vital y científica que estaban viviendo. Casi cada mes traía maravillosas y sorprendentes noticias pues la radiactividad y la Física atómica se desarrollaban a una velocidad vertiginosa. Aquel periodo fue para los físicos el más interesante que se pueda imaginar; aunque quedaban muchas preguntas la física avanzaba en dar respuestas y la radiactividad junto al campo de la espectroscopia proporcionó un arsenal de ellas.
A quien más admiraba de todo su círculo de Berlín era a Max Planck, el físico teórico que creía que la física era inseparable de los valores éticos. Sus veinte años de diferencia no supusieron ningún obstáculo para una verdadera amistad. La vida de Planck, además de en la universidad, se centraba en la música. Familia y amigos se reunían en su casa. En la sala de música, unas veces, Planck, Einstein y Josef Joachim tocaban a trio mientras que otras cantaban a coro con Hahn como solista. Lise, que quedaba entre el público, describió el momento más revolucionario de la Física y la gente que formó parte de él como “un mágico acompañamiento musical”.
Cada semestre la joven doctora renovaba su estancia en Berlín, dónde con el soporte de sus padres vivía frugalmente en una habitación para señoritas sin baño propio. Como complemento, ocasionalmente, hacía traducciones de artículos del inglés al alemán y escribía para un popular periódico científico bajo el nombre “L. Meitner” sin desvelar su género. Poco a poco, con la insistencia y el apoyo de Otto, Lise comenzó a dar conferencias. No olvidaría nunca la conferencia de su primer encuentro con Albert Einstein en 1909. Ni Planck ni ella estaban preparados para su revolucionaría teoría de la luz, lo que no impidió que Lise quedara impresionada por la breve explicación de la teoría de la relatividad y la equivalencia entre masa y energía; a pesar de que llevaba publicada desde 1905, sorprendentemente, todavía no había oído hablar de ella.
Durante los primeros 9 años de colaboración con Hahn, Lise estuvo comprometida con todo tipo de espectros, pero en especial con el espectro beta; publicó más de 20 artículos y estableció su reputación como científica, comparable a la de él e independiente como física. Sin embargo, mientras Hahn era profesor en el Instituto Kaiser Wilhelm de química (KWI) en Dahlem, ella era tan solo una invitada sin remuneración. Lise seguía sin tener una posición ni ingresos ni tampoco aparecía en el horizonte ninguna perspectiva u otro sitio al que ir.
Por fin, en 1912 llegaba el primer destello de reconocimiento externo: Max Planck la hizo su asistente, la primera mujer asistente en Prusia, el peldaño más bajo de la escala académica y su primer puesto remunerado. Fue un punto de inflexión en su carrera. En tan solo un año pasaría a ser científica asociada en el Instituto Fisher, igualando su posición a la que Hahn ocupaba en su sección de radiactividad y en 1914 una atractiva oferta de trabajo desde Praga actuó como detonante para que doblaran su salario.
Aquel mismo año se iniciaba la Gran Guerra y Otto Hahn, James Franck, Gustav Hertz y Hans Geiger fueron movilizados y se incorporaron inmediatamente al frente. El instituto KWI de Dalhem se convertía en el más grande y peligroso de los esfuerzos de guerra bajo la dirección de Fritz Haber. La investigación en tácticas militares incluía nuevos explosivos, químicos irritantes no letales y gases venenosos. La investigación en radiactividad no fue uno de los candidatos al servicio de la guerra, pero si lo fue Lise Meitner que en 1915 se incorporó como técnico de rayos X en el hospital militar de Lemberg, aunque un año más tarde decidió abandonarlo para mantener el trabajo en el laboratorio.
La guerra se prolongaba y la comunidad mundial protestaba en contra de la violación de Alemania sobre la neutralidad belga y sus atrocidades contra los civiles y los tesoros culturales. Paradójicamente, más de 19 artistas y científicos, incluyendo a Max Planck, firmaron una carta de apoyo a Alemania y en respuesta otra carta en defensa de la unidad de Europa y la paz la firmaban tan solo cuatro científicos, uno de ellos era Albert Einstein.
Lise escribía constantemente a Otto, que se encontraba en el frente, tratando de animarle con detalles científicos y noticias sobre los colegas a la vez que le mantenía informado del avance de sus investigaciones. La investigación sobre el precursor del Actinio, un nuevo elemento radiactivo de larga vida media, la publicaban finalmente en 1918. Hahn fue el autor principal del artículo sobre el protactinio a pesar de que la mayor parte del trabajo lo realizó Lise. No hubo discusión a este respecto entre ellos, pero al final de la guerra las discusiones entre Lise y Hahn se mantendrían por sus diferentes opiniones políticas. Al sentirse aislada, Lise Meitner desarrolló un gran aprecio por Einstein con el que trabajó brevemente aquella primavera. Fue entonces cuando él comenzó a llamarla “nuestra Marie Curie”.
El armisticio se firmó el 28 de junio de 1919 pero con ello no llegó la paz. Los que regresaron habían estado ausentes de la ciencia durante varios años. La radiactividad evolucionaba a física nuclear, un campo que hasta entonces no existía, pero todavía no se conocía la fauna que habita el núcleo atómico. La Dra. Meitner estaba preparada para lo que estaba por llegar, sus más importante años de investigación la esperaban.
Diciembre de 1930 [3]
Queridos señoras y señores radiactivos,
Como el portador de estas líneas, para quien pido su grata atención, les explicará con más detalle, me he enfrentado a las «falsas»estadísticas de los núcleos N-14 y Li-6, así como al espectro Beta, tropezando con un remedio desesperado. A saber, la posibilidad de que en el núcleo pudieran existir partículas eléctricamente neutras a las que deseo llamar neutrones (neutrinos), con un spin de un medio que obedecen al principio de exclusión y que además solo se diferencian de un cuanto de luz en que no pueden viajar a la velocidad de esta. La masa de este neutrón sería del mismo orden de magnitud que la del electrón y en cualquier caso no mayor de 0.01 veces la masa del protón. El espectro beta continuo sería comprensible asumiendo que en la desintegración beta se emite un “neutrón” junto al electrón de manera que la suma de las energías del electrón y el neutrón sea constante.
En estos momentos no me siento lo suficientemente seguro como para publicar algo sobre esta idea y me confío a ustedes, queridos radiactivos, con la cuestión de cómo se podría probar experimentalmente la existencia de dicho neutrón si su capacidad de penetración es similar o del orden de 10 veces la de la radiación gamma. Admito que este remedio parece a primera vista poco probable, pues de existir estos neutrones deberían haberse observado hace tiempo. Pero quien nada arriesga, nada gana… Por lo tanto, queridos radiactivos, experimenten y decidan!
Con muchos saludos para todos ustedes, su más humilde servidor, W. Pauli
[3] Traducción de la Carta abierta de Pauli al grupo de personas radiactivas en el Reunión de Gauverein en Tübingenr en 1930 anticipando la existencia del neutrino.
Tras el desastre de la Gran Guerra la paz fue una catástrofe. La Alemania de 1919 no solo era la Alemania vencida, sino que era pobre y estaba dividida; la situación en Austria era similar, el hambre y el frío eran una constante. Para los alemanes el miedo a los acuerdos de Versalles estaba por encima de todo; incluso Einstein, quien siempre culpo a Alemania de la guerra, se sintió conmovido. En la universidad muchos de los profesores estaban desmoralizados pero eso no impedirá que a los años 20 se les conozca como la “época dorada” de la Ciencia y que Berlín se convierta en uno de los grandes centros de la física atómica.
Aquel verano de 1919, tras regresar de un viaje a Suecia, Lise pasó a ser la primera mujer en Alemania con el título de profesora al convertirse en profesora del KWI. Pero las condiciones de trabajo fueron pobres: durante más de un año tras el descubrimiento del protactinio, Meitner y Hahn no hicieron mucho más que recopilar, publicar y mejorar la vida media del Actinio. En cada publicación Hahn era el primer autor. La Asociación Alemana de Química otorgó a Otto la medalla Emil Fisher por todo lo que había hecho en radioquímica incluyendo el descubrimiento del protactinio y decidió dar a Lise Meitner una copia de la misma como reconocimiento a su contribución, cosa que aparentemente no molestó a Lise.
Un año más tarde, en 1920, el Instituto se dividió en dos secciones separadas, al igual que el camino que seguían Lise y Otto y ella obtuvo, por fin, un puesto equivalente al de Hahn pero en la sección de física del Instituto.
Una de las mayores atracciones de Berlín como centro de física atómica era el coloquio de los miércoles, organizado por Max Von Laue. La primera fila la ocupaban Planck, Laue, Einstein y Haber y después en la segunda Meitner, Franck, Geiger y Hertz seguidos de estudiantes y físicos de la industria junto a visitantes de Alemania y del exterior. Neils Bohr llegó por primera vez a Berlín como la gran atracción del coloquio en abril de 1920. Lise abandonaría aquel coloquio con la sensación de haber entendido muy poco, pero un año más tarde tras visitar el Instituto Bohr en Copenhague, donde se enfatizaba la unidad entre el trabajo teórico y experimental, se convertirían en grandes colegas y amigos.
En 1921 Lise Meitner pasó varias semanas en Suecia como profesora invitada en la Universidad de Lund donde impartió un curso completo de radiactividad incluyendo teoría y preparaciones de laboratorio para físicos y químicos. A su vuelta había aprendido lo suficiente de espectroscopia para entender su precisión y sus límites. Estaba preparada para una mirada fresca sobre el controvertido espectro beta en el que llevaba trabajando desde sus comienzos. Sus conclusiones sobre los espectros beta-gamma fueron criticados por Charles D. Ellis del equipo de Rutherford que negaba que la emisión beta ocurriese sin radiación gamma mientras ella negaba la validez del espectro beta continuo. La oposición llego a ser muy profunda, aunque en persona eran colegas amistosos por escrito eran implacables en la contienda. Con sus trabajos sobre el espectro de la radiación beta y gamma Meitner se unió a los físicos experimentales de primer rango de Europa. “Una de las más reconocidas científicas del mundo en el campo de la radiactividad”, así la describía Max Von Laue al apoyar su acreditación como profesora universitaria, la segunda profesora acreditada de Alemania. Su lectura inaugural en 1922 llevaba por título “El significado de la radiactividad para los procesos cósmicos”.
Comenzaba a subir los peldaños de la tradicional escala académica, pero su licencia como profesora solo la conservaría hasta 1933. Hasta ese momento, casi cada semestre dirigió un tutorial coloquio en la Universidad de Berlín y supervisó las investigaciones doctorales de los estudiantes de su propia sección en el Instituto KWI. Un reconocimiento vino tras otro: en 1924 la Academia Prusiana de las Ciencias le otorgó la medalla de plata Leibniz, en 1925 la Academia de Ciencia de Viena el premio Ignaz Lieben y en 1928 compartió con el científico francés Ramart Lucas el premio americano Ellen Richard. Cada año era más prominente y su sección de física más grande: contaba con asistente permanente, un mayor grupo de estudiantes de doctorado y visitas científicas por Alemania y el extranjero.
Sus lazos con Viena se debilitaron tras la muerte de su madre en 1924. Pero la comunidad de físicos, incluyendo también a sus esposas, Hedi Born, Annemarie Schorödinger o Margrethe Bohr, se convertía en su hogar y familia. En 1927 su sobrino favorito, Otto Robert Frisch, un joven físico experimental muy talentoso en instrumentación y en tocar el piano vino a trabajar a Berlín tras su doctorado en física. La madura Lise Meitner era una mujer segura y poco a poco más asertiva que se convertía en lo que siempre había deseado: una física rodeada de amigos en Berlín.
Por aquella época todavía era posible para un físico tener una visión detallada del campo de la física nuclear, Lise seguía estrechamente los experimentos y trabajos teóricos de otros, escribía artículos y especulaba sobre el significado de los nuevos desarrollos: además del espectro beta-gamma intervino en las partículas alfa de largo alcance, en la absorción de la energía de las partículas beta, las interacciones nucleares de dispersión, la absorción y dispersión de la radiación gama de alta energía y las reacciones nucleares artificiales. Los pilares de la nueva mecánica cuántica se elevaban sin pausa: principios, efectos, números cuánticos. La instrumentación nuclear también avanzaba al ritmo necesario, desde la Cámara de Niebla de Wilson a calorimétricos y espectrógrafos de masa más precisos, todo ayudaba a mejorar la física experimental. La física atómica y nuclear estaba todavía empezando. Con un mejor entendimiento de la estructura atómica, algunos efectos espectrales se volvían más obvios. Hasta este momento la radiactividad era la primera fuente de datos nucleares pero también lo era de sus contradicciones: el decaimiento alfa y la emisión gamma eran consistentes con la cuantización nuclear y la conservación de la energía mientras que el aparente espectro beta continúo implicaba lo contrario. En 1929 los experimentos daban a Lise la razón sobre su interpretación del espectro Beta y la contienda entre Ellis y Meitner llegó a su fin. Pero los resultados seguían sin entenderse a la luz de las teorías del momento, ya que los componentes del núcleo atómico no habían hecho todavía su puesta en escena.
La década de los treinta comenzaba con una carta de W. Pauli dirigida a Lise Meitner y Hans Geiger donde se anticipaba la existencia del neutrino como ‘desesperado remedio’ a la comprensión del espectro beta continuo. El año milagroso, 1932, traería descubrimientos decisivos, el neutrón, el deuterón y el positrón, del que Lise fue el primer observador. A ellos estaría dedicado el Congreso Solvay de 1933, el que convencería a Lise Meitner de no dejar su laboratorio donde estaba completamente comprometida con los nuevos avances. Pero la situación política de Alemania provocaría un cambio radical en la manera de hacer ciencia en todo el mundo y establecería barreras entre la ciencia alemana y el resto de Europa y América convirtiendo en refugiados a gran cantidad de científicos entre los que desgraciadamente se encontrará también la Dra. Meitner
~10 de marzo de 1933 [4] Querido Herr Hahn! La situación política es bastante extraña, pero deseo fervientemente que se tranquilice, que se vuelva más racional. Hoy la oficina de presupuestos ha pedido que estimemos lo que cuesta nuestra bandera nacional, porque va a ser reemplazada por una negra-blanca y roja que pagará el KWG. Todo y todos están influenciados por los levantamientos políticos. La última semana el KWG nos ha notificado que además de la bandera negra-blanca y roja debemos mostrar la esvástica. Ha debido ser muy duro para Haber elevarla.
21 de marzo El señor Schiemann y Edith han estado hoy aquí para escuchar por radio la ceremonia. Postdam Hindenburg dijo algunas frases y luego cedió la palabra a Hitler, quien habló de manera moderada con tacto y de modo conciliador. ¡Ojalá continúe así!
1 de abril He pasado la tarde con Max and Magda von Laue. Él opina que bajo estas circunstancias no podremos estar sin ti mucho más tiempo. Las vacaciones de la universidad se han extendido hasta el 1 de mayo, obviamente para dar tiempo para posicionarse ante varias cuestiones.
1 de abril Creo que sería mejor que volvieras antes de acabar tus clases y que no vayas hacia el oeste como tenías planificado. Una importante célula Nacional socialista se ha formado en el Instituto, todo es muy sistemático. Las universidades están empezando a dar clase otra vez, ahora que las bajas prescritas se han llevado a cabo. Estoy muy cansada y de alguna manera me siento inútil… Esta es la opinión de todos mis conocidos y colegas y no solo la mía… El cese de Haber se percibe como un gran castigo. Pero yo sigo bien…
Te llevará un tiempo hacerte una idea de la situación. El ascenso de muchos que ocupaban un puesto subordinado, pero incluso así es obvio quién tiene valor y quién no. Franck vino una vez a Berlín y fue muy duro para él no poder poner los pies en su antiguo Instituto y desgraciadamente esto es cierto para muchos otros.
El antisemitismo es solo un problema, hay otros problemas tan serios o más que ese y todo el mundo debería estar preocupado de todo lo que se avecina.
[4] Extractos de cartas que Lise Meitner intercambió con Otto Hahn al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Extraídos del Libro Lise Meitner. A life in Physics by Ruthh Lewin Sime.
Lise Meitner foreles ved Catholic University i Washington, D.C., våren 1946. Lise Meitner Av C.A. Briggs/Smithsonian Institution Archives. Lisens: Falt i det fri (Public domain)
“Cuanto más se cambia, más es lo mismo” escribía Lise en su nuevo diario de 1933. La desastrosa situación política continuaba como en los años previos: depresión, desempleo, elecciones constantes. El sentimiento antisemita continuaba creciendo al igual que lo hacía la fuerza de los Nazis y la violencia en las calles. El 30 de enero, Adolf Hitler se convertía en canciller del tercer Reich y no tardo en destruir al gobierno constitucional, el Reichstag fue disuelto y en marzo se llevaron a cabo nuevas elecciones en condiciones lamentables. En breve los campos de concentración se llenaban de prisioneros políticos y comenzaba el boicot a los negocios judíos.
Desde finales de febrero Otto Hahn se encontraba en América para dar una serie de conferencias, Lise le escribiría manteniéndole al tanto de la situación política. La primera acción de Hitler fue purgar la vida pública, desde el gobierno a la medicina, de la actividad legal a la educación y las artes. Lo que se avecinaba era la “ley de restauración de los profesionales públicos” en la que los no-arios, definidos como los que tenían al menos un abuelo judío, y los no deseados políticamente debían ser purgados. La primera confrontación afectaba al icónico Albert Einstein, quien se encontraba en esos momentos en California y anunció públicamente que no regresaría.
La ley causó estragos en las universidades. En 1933 los judíos de Alemania representaban un 20% de la ciencia en general y un 25% de los físicos. Algunos no fueron despedidos gracias a los servicios prestados durante la Gran Guerra, pero otros se marcharon voluntariamente. James Franck, que ya había recibido el premio Nobel, presentó su dimisión en abril de 1933. 49 instructores de entre sus colegas lo acusaron de un acto de sabotaje y propaganda anti-alemana con su dimisión pública. Max Born dejó inmediatamente el instituto de física teórica de Gottingen. El destino de Fritz Haber fue una verdadera sorpresa y una revelación. El que había sido esencial durante la primera guerra mundial era un judío bautizado. A mediados de abril fue informado por el ministro de educación de que el número de no-arios era intolerable en su instituto, emitió su dimisión a finales de abril de 1933. Incluso Schrödinger, que no era judío, reaccionó instintivamente y abandonó Alemania. Otto Robert Frisch fue despedido como la mayoría de sus colegas del Instituto Otto Stern en Hamburgo y su beca para trabajar con el equipo de Enrico Fermi fue rescindida. A finales de 1933 paso a Inglaterra y desde allí a Copenhague donde permaneció hasta 1939.
Como profesora universitaria, Lise Meitner informó de fechas y tipo de servicio prestado durante la guerra, así como de la religión y raza de sus abuelos. No estaba claro como afectaba a Lise la ley, pues el instituto KWI nunca estuvo bajo el control directo del gobierno lo que le permitió retener a científico no-arios por un tiempo. Por otro lado, Lise además de haber servido en la guerra, era austriaca y no alemana. Por el momento su puesto parecía seguro.
Durante el verano de 1933 Planck y Heisenberg intentaron mantener a los científicos judíos más prominentes en Alemania pero no defendieron al resto. Creían que todo era algo temporal y que volverían a la normalidad. Buscaron reemplazos para Born y Franck sin plantearse un dilema moral más allá de hacer respetable a la ciencia alemana en el resto del mundo. Planck confiaba en que la violencia y la opresión fueran temporales y que todo se normalizaría con el tiempo. No supo ver que era un proceso irreversible, al igual que tampoco lo vio Lise Meitner, quien encontró siempre razones para quedarse en Berlín
Cuando en 1935 Lise Meitner publicó un monográfico sobre la estructura nuclear, un revisor utilizó la oportunidad para no recomendar su publicación. Para la ideología Nazi, la purga de científicos individuales no era suficiente, querían erradicar la influencia judía de la ciencia, incluso el teórico Werner Heisenberg sería atacado por enseñar relatividad y mecánica cuántica. En 1936 Planck, Laue y Heisenberg propusieron a Lise Meitner y a Otto Hahn para el premio Nobel con la esperanza de que el galardón les proporcionara protección política. Por el contrario, el premio se otorgó a Carl von Ossietzky, un prisionero pacifista, y como represalia a los alemanes se les prohibió aceptar el premio Nobel.
Lise no tuvo sentimiento de peligro físico y pudo viajar al extranjero libremente, hasta que en marzo de 1938 Alemania anexiona Austria y la situación de Lise Meitner se complica gravemente. La no validez de su pasaporte austriaco le impedía viajar libremente y, por ende, aprovechar las salidas que colegas de toda Europa y América preocupados por su situación le ofrecían. Agotadas las vías diplomáticas, el verano de 1938 Lise debe abandonar secretamente Alemania. Su última noche en Berlín la pasó en casa de los Hahn. A sus 59 años abandonaba Alemania para siempre con 10 marcos en su monedero y un anillo de diamantes que Hahn le entregó al despedirse.
«El bebé ya ha llegado y todo ha ido bien» era el mensaje en clave que indicaba que Lie estaba a salvo y en el exilio a pocos meses del más importante descubrimiento de su vida.
19 de diciembre de 1938. Lunes en el laboratorio [5]
Querida Lise!.. Son las once de la noche, a las 11.45 volverá Strassmann para que pueda finalmente irme a casa. En realidad hay algo sobre los isotopos del radio que es tan especial que por ahora solo te lo hemos contado a ti. Las vida media de tres isótopos las hemos determinado de manera bastante exacta, se pueden separar de todos los elementos excepto el bario, todas las reacciones son consistentes con el radio. Solo uno no lo es – a no ser que haya coincidencias inusuales- . La fracción no encaja. Nuestros isótopos de radio actúan como bario. …. Por favor, piensa si hay alguna posibilidad- quizás un isótopo de bario con un peso atómico superior a 137? Si hay cualquier cosa que pudieras proponer que sea publicable, de manera que funcione para los tres.
21 de diciembre Querido Hahn! Tus resultados con radio son muy inquietantes, Una reacción con neutrones lentos que supuestamente lleva bario. Bueno, ¿estás seguro que tus isótopos de radio vienen del actinio? ¿Qué hay de los resultados con isótopo de torio?…Ahora mismo la asunción de este resultado me parece difícil, pero en física nuclear se han experimentado tantas sorpresas, que incondicionalmente no se puede decir que sea imposible.
28 de diciembre Querida colega, quiero en breve escribir algunas cosas más sobre mi fantasía del bario…¿Podría ser posible que el uranio-239 se rompa en bario y tecnecio?…. No lo sé, lo único que sé es que nuestro radio tiene las características del bario…Si esto es cierto, entonces los transuránicos estarían muertos. No sé si esto me pone triste o no,
1 de enero Comienzo el año con una carta tuya, ojala sea un buen año para nosotros. Hemos leído y considerado tu artículo cuidadosamente; quizás sea energéticamente posible que núcleos tan pesados se rompan, pero tu teoría bario, tecnecio sería imposible por varias razones.
3 de enero Querido Otto, Ahora estoy prácticamente segura de que lo que tenéis es una ruptura en bario-yodo, es un resultado precioso por el que os felicito a ti y a Strassmann. Como ya te escribí estoy bastante segura de que hay razones para pensar que el elemento sea probablemente uranio … Tenéis un amplio camino de trabajo por delante. Aunque estoy aquí con las manos vacías, me siento terriblemente feliz con estos descubrimientos.
[5] extractos de cartas entre Otto Hahn y Lise Meitner con motivo del descubrimiento de la fisión. Obtenidos del Libro Lise Meitner. A life in Physics by Ruth Lewin Sime.
Memorial to the nuclear physicist Lise Meitner (1878-1968) erected in 2014 in the Court of Honor of the Humboldt University in Berlin. Anna Franziska Schwarzbach was the sculptor. Wikimedia commons
Lise llegó a Suecia sin nada más que su reputación científica, de nuevo era una extraña en un país extranjero, practicando una profesión de hombres en la que no era bienvenida y viviendo pobremente con pan y café negro en una pequeña habitación.
A partir de 1934, Meitner y Hahn habían vuelto a colaborar. Junto a Strassmann iniciaron sus investigaciones de elementos más allá de uranio, un proyecto que seguía las investigaciones del laureado Enrico Fermi en Italia y de los Joliot-Curie en Paris y que finalmente les conduciría al descubrimiento de la fisión. Su huida de Berlín hizo que tuviera que abandonar los experimentos de los últimos cuatro años. Las noticias que aquella Navidad de 1939 recibía de Otto indicaban que quizás la línea de investigación en la que había confiado podía ser un camino muerto.
Las cartas que Otto pidiendo consejo a Lise sobre los extraños resultados del bombardeo con neutrones lentos fueron el resultado de cuatro años de búsqueda mal direccionada. Por fin se observaba la ruptura de un núcleo pesado en dos núcleos más ligeros y la liberación de energía que implicaba la diferencia de sus masas. Para poder interpretar estos resultados Lise contó con el apoyo de Otto R. Frisch y de todos los pasos que la ciencia había dado a lo largo de todo el siglo XX, desde el modelo de la gota líquida de Bohr hasta la equivalencia masa-energía de Einstein.
Pero Lise, de momento, no supo ver su gran contribución y sentía que todo lo había hecho mal al haber enfocado la búsqueda en los transuránicos. Perdió la confianza en sí misma, por lo que a pesar de lo que este gran descubrimiento significaba se sentía deprimida. Se culpaba de haber elegido Suecia, de su incapacidad para lidiar con Manne Siegbahn, el pope de la ciencia Sueca y director del instituto sueco donde ahora trabajaba y por haber fallado en preparar su salida de Alemania. Suecia era un país pequeño, sin tradición de emigración y que no simpatizaba con los refugiados de la Alemania Nazi. Los recuerdos de una vida perfecta en Berlín la sumían en la autocompasión y el dolor. En Suecia viviría 20 años en una situación que junto a la exclusión de este maravillo descubrimiento tendrían en ella efectos duraderos.
Sin embargo, Frisch y Bohr supieron ver la importancia de la interpretación de la fisión y llevaron a América la noticia antes incluso de ser publicada. Así, mientras Lise languidecía en Suecia, en Febrero de 1939 docenas de físicos de todo el mundo confirmaban el descubrimiento de la fisión y Bohr defendía frente a los resultados americanos la prioridad en el descubrimiento de Lise y Otto R, que además habían repetido los experimentos en Copenhague para recoger también los fragmentos de fisión y testear las presencia de elementos transuránicos. Los informes americanos atribuían la observación del bario a Hahn y Strassmann y la interpretación de la fisión a Meitner y Frisch. Los franceses apenas mencionaban a Hahn, mientras citaban a Joliot y Curie junto a Meitner y Frisch. Todo ello molestó a Hahn que consideró que su trabajo no había sido tratado justamente. Lise Meitner nunca dudo de la autoría del descubrimiento del bario; sin embargo Hahn quería todo el crédito, por el descubrimiento y la interpretación de la fisión. Por ello defendió el descubrimiento al margen de la física. La física y, por ende, Meitner no eran relevantes, estaban ausentes y eran opuestos e incluso obstructivos.
Nada impidió que a partir de ese momento se produjera una reacción en cadena, tanto en el mundo de la investigación como en la vida política, que condujo a la primera guerra entre científicos y a la Segunda Guerra Mundial tras la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939. Los científicos alemanes entre ellos Hahn y Heisenberg pasarían a formar parte del Club del Uranio en busca de una aplicación militar del nuevo descubrimiento. Los Aliados, alertados por la gran cantidad de científicos exiliados temerosos de la posibilidad de que Alemania construyera una bomba atómica, comenzaron también un ambicioso programa de investigación nuclear: el proyecto Manhattan.
Para Lise, la guerra truncaría sus expectativas de desplazarse a Cambridge y aumentaría sus desavenencias con Siegbahn al haberle informado de sus intenciones de abandonar Suecia. Tras su estancia en Copenhague Meitner regresaría al Instituto Siegbahn bajo una atmósfera poco amistosa. Su trabajo estaba restringido por la falta de material y la indisponibilidad de los equipos ya que el ciclotrón de Siegbahn se retrasaba y una vez construido estuvo dedicado a investigaciones en radiomedicina. Lo que más le interesaba era el descubrimiento de los verdaderos transuránicos. Ella sabía exactamente dónde mirar, pero la ocupación de Dinamarca truncaría su búsqueda del elemento 93, por lo que le resultó difícil aceptar que Edwin McMillan en Berkeley había finalmente caracterizado el neptunio, el elemento 94. De todos los sufrimiento de Lise tras abandonar Berlín, el mayor sería haber fallado en encontrar el elemento 93, lo que quedaría grabado en su corazón de por vida.
Siguió trabajando en la captura neutrónica del torio, en la radiactividad del escandio y en las interacciones primaria y secundaria de los electrones en el espectro beta. Pero sentía poca satisfacción, su trabajo era muy lento. El autoritario Siegbahn tenía una actitud muy negativa frente a Meitner lo que la llevo a mantener lazos con los físicos menos afines a él como Oskar Klein y Hans Pettersson.
Su capacidad para hacer y mantener amigos seguía intacta. Su vida en Suecia ni era inhóspita ni fría, pero sus nuevos amigos no podían llenarla completamente. Su vida era la correspondencia que mantenía con los amigos del exterior. Desde Dublín con Schrödinger, desde Edimburgo con Max Born, desde Alemania con Rauch von Traubenberg, con Franck desde Estados Unidos. Con la Holanda ocupada las comunicaciones eran difíciles pero mantenía correspondencia con los Coster y tras la ocupación de Dinamarca y el exilio de Bohr mantenía correspondencia con él desde Inglaterra. Los cambios políticos volvieron extraños a algunos amigos y a otros los acercaron. En Berlín el más cercano fue siempre von Laue, se escribían casi cada semana y desde Estocolmo Lise leía entre líneas prestando especial atención a los avances de Werner Heisenberg y Carl Friedrich von Weizsäcker. Lise fue siempre una persona políticamente preocupada pero nunca activista, nunca pondría a sus amigos o su profesión al servicio de la política o lo militar. Así, cuando en 1943 se le pidió que su uniera al grupo británico que viajaría a los Álamos a colaborar en la bomba atómica su respuesta fue tajante: «Nunca tendré nada que ver con una bomba».
En 1943 Otto Hahn visitó Estocolmo y Lise trató de convencerlo de que incluso los alemanes decentes habían contribuido con su pasividad a la terrible desgracia alemana. Otto encontró injusta la posición de Lise y lo mismo ocurrió con Max von Laue cuando la visitó en 1944, solo Max Planck coincidía con ella. A finales de 1944 el premio Nobel le fue concedido a Otto Hahn, ante la prohibición de Alemania de aceptar el premio, Lise pidió discreción para no poner en peligro a su amigo aunque la derrota de Alemania era ya inevitable
Navidad de 1946[6]
Querida Eva,
Fue bastante doloroso que Hahn no dijera una palabra sobre mí en su entrevista, nada acerca de los treinta años de trabajo juntos. Sus motivaciones son complicadas. Está convencido de que los alemanes han sido tratados injustamente. Es más, simplemente ha suprimido el pasado. Respecto a mí, yo formo parte de ese desaparecido pasado. …. Está encantado con que los alemanes con carguen con el peso de la responsabilidad de la bomba y de las miles de muertes sin sentido de la gente de Hiroshima”
[6] Extracto dela carta que Lise escribió a Eva von Bahr-Bergius en 1946 cuando Otto Hahn recogió el premio Nobel. Extraída del libro Lise Meitner. A life in physics by Ruth Lewin Sime.
La guerra terminó el 8 de mayo de 1945. Lise perdió en ese momento el contacto con Max von Laue y Otto Hahn, a este último le escribiría una larga carta que nunca recibió. Todo julio pasó sin noticias de ellos y en agosto se retiró a la tranquilidad de un pequeño hotel en el campo. No supo lo que pasó la tarde del 6 de agosto hasta el día siguiente. Un reportero le comunicaba que la primera bomba de uranio se había lanzado sobre Hiroshima. No sabía cómo los americanos habían separado el U-235 ni tampoco sabía nada del reactor para producir plutonio. Solo sabía que se había hecho y que ella estuvo allí desde el principio: reconoció la fisión, la explicó y calculó la energía liberada. Ni la física ni el mundo volverían a ser lo mismo. Lise se convirtió en el centro de un circo mediático que duró semanas llegando a ser considerada nada menos que “La madre judía de la bomba”.
Más tarde Lise supo que Hahn estaba a salvo en Inglaterra, detenido en Farm Hall junto a Heisenberg y otros miembros del Club del Uranio. Ellos también recibieron la noticia de la bomba con incredulidad y asombro pero pronto decidieron comprometerse con un memorando en defensa de que su investigación siempre fue para uso pacífico. Con este memorando comenzaría el “mito alemán de la bomba atómica” dónde reclamaron la investigación básica, incluyendo el descubrimiento de la fisión para el dominio alemán, además de puntualizar que la profesora Meitner había abandonado Berlín medio año antes del descubrimiento y que no participó en él. Hahn tampoco mencionó la contribución de Meitner antes de abandonar Berlín y llegó a decir que la fisión hubiera sido imposible si ella hubiera permanecido allí .El mensaje era simple: el descubrimiento de la fisión pertenecía a la química, a Hahn y a Alemania.
La falsificación de la memoria y la realidad que comenzó con los Nazis no desaparecería inmediatamente con su caída, en parte porque el premio Nobel de 1944 sobre el descubrimiento de la fisión recayó sobre Otto Hahn en solitario. La injusticia fue claramente reconocida y manifiesta más allá del más cercano círculo de Lise. Bohr que creía que un premio en química sobre la fisión no impedía dar otro en física por el mismo descubrimiento nominó a Frisch y Meitenr en 1946 por física y por química en 1947 y 1948, pero no tuvo aval. Sus amigos pensaban que ella hubiera obtenido el premio de haber emigrado a otro sitio que no fuera Suecia.
Creator: Science Service..Subject: Meitner, Lise 1878-1968. Catholic University of America 1946. Public Domain Media.
Lise visitó por primera vez los Estados unidos en 1946, la revista Time la había identificado como la contribuidora y pionera de la bomba atómica y fue designada “Mujer del año” por el Women’s Nacional Press Club. Cuatrocientas personas asistieron a su primera conferencia, llegando a ser el objeto de un soneto publicado en American Scholar. Hollywood también se interesó por ella, le presentaron un guion para una película de la Metro-Goldwyn Mayer: “El principio del fin” que rechazó como un sinsentido desde la primera a la última palabra.
Su viaje a América fue e como un retorno a la vida, reuniones con familia, amigos y físicos sirvieron para ayudar a superar el aislamiento de sus años en Estocolmo. Habló durante horas con Einstein, discutió los experimentos relevantes del descimiento beta con I.I. Rabi y comprobó que los antiguos emigrantes habían encontrado en América lugares apropiados. En Chicago tuvo un encuentro con Chadwichk y el General Grove y su esposa; visitó a Otto Stern en Pittsburgh y a su amigo Franck e hijas. Conoció a Fermi, a Edward Teller y Leo Szilárd en un encuentro de la American Physical Sociaty y finalmente embarcó en el Queen Mary en dirección a Inglaterra.
En Cambridge se reunió con Erwin Schrödinger, Pauli y Born. En Londres pudo ver a Max Planck, el único alemán invitado a la celebración del 300 aniversario del nacimiento de Newton, no se había visto desde 1943 y esté fue su último encuentro. Max von Laue también estuvo aquel verano en Londres, el único alemán invitado a una conferencia internacional de cristalografía. El encuentro les produjo una alegría enorme, pero ella sentía el dolor de ver cuánto se habían separado sus vidas y como él había dejado atrás cosas que Lise no comprendía.
En noviembre de 1946 Otto recogía en Estocolmo el Nobel que se le otorgó en 1944. Poco tardaría en darse cuanta Lise de que ya no había lugar ni la vida ni en la memoria de Otto para ella. Su discurso al recoger el Nobel y su comportamiento en Suecia la hirió personalmente y la dañó profesionalmente aumentando su aislamiento en Suecia. Además aquel año traía otra decepción para Lise, el premio Nobel de física recaía en sir Percy Bridgman.
Tras ese momento, Lise pasa un nuevo puesto en Suecia fuera del Instituto Siegbahn, el tipo de puesto que esperaba cuando llegó. En 1947 su trabajo en Suecia va haciendo progresos y se aprobó el primer reactor experimental. En 1945 es elegida como miembro extranjero de la Real Academia de las Ciencias y tras adquirir en 1949 la ciudadanía Sueca, se convierte en miembro de pleno derecho en 1951 pudiendo participar en el proceso del Premio Nobel.
El equilibrio empezó a recuperarse con los reconocimientos que recibe de Alemania y Austria. En 1947 el premio de las artes y las ciencias de la ciudad de Viena. En 1949 recibe la medalla Max Planck y es la primera persona en recibir el premio Otto Hahn. En 1957, la orden al mérito, el más alto galardón civil de la Alemania del oeste; la medalla Wilhelm Exner de Viena en 1960 y la medalla Dorothea Schlözer de Gottinghen en 1962. Es nombrada doctora honoraria varias veces y recibe premios de universidades y como miembro de sociedades científicas y académicas. En más de una ocasión Lise diría que la gente joven necesita más esos reconocimiento.
En 1950 publicó su último artículo científico y se retiró académicamente a la edad de 65 años en 1954, no sin antes asegurarse de que el 13 de julio de 1954 el reactor experimental sueco alcanzase la criticidad y Suecia entrara en la era atómica.
Lise nunca volvió a ser parte de Alemania, su papel será solo de honorable invitada o visitante del pasado y sus premios no tendrán resonancia científica. Un ejemplo de ello, fue la placa conmemorativa del instituto de Química de KWI en Dahlen, a la ceremonia llevada cabo en 1956 ni asistió Meitner ni su nombre fue incluido en las placas de bronce del edificio en el que trabajó durante más de 25 años. Max von Laue, director del Instituto desde 1956 se sintió culpable y al día siguiente propuso un nuevo instituto de investigación nuclear en Wannsee con el nombre de Lise Meitner. Pero nadie en Alemania entendía una investigación nuclear sin el nombre de Hahn, así que de nuevo y por última vez Hahn obtuvo provecho de Lise Meitner, pues el Instituto se llamó Hahn-Meitner Institute.
En 1960, su retiró sería definitivo y se trasladó a Cambridge para estar más cerca de Otto R. y su familia. Pero en 1963, poco antes de que se editaran las memorias de Hahn, rompió el silencio que siempre había guardado sobre la versión alemana y de Hahn y escribió un artículo no técnico en un periódico científico. En él, sin contradecir directamente a Hahn, puso la investigación del uranio de manera sólida en un contexto de la Física comenzando y terminando con referencias a Fermi. Aclaró públicamente que fue Hahn quien la reclutó a ella para su investigación y mostró su malestar por las implicaciones de los resultados de sus descubrimientos y por el que consideraba su gran error científico: haber dirigido su investigación solo en la dirección de los transuránicos.
Lise Meitner receiving the Enrico Fermi she shared with with Hahn and Strassmann. Dr. Glenn Seaborg is presenting the award. Otto Frisch is on the left. Wikimedia Commons
En 1966, Hahn, Meitner y Strassman fueron galardonados como equipo con el premio Enrico Fermi de la US Atomic Energy Commission por su independiente y colaboradora contribución en el descubrimiento de la fisión, pero Lise estaba ya demasiado enferma para recoger el premio.
El 27 de Octubre de 1968, poco antes de cumplir los 90 años, Lise Meitner murió mientras dormía. La música de Bach sonó en el órgano de la iglesia. Fue enterrada junto a su hermano Walter y Otto R. eligió su epitafio: Lise Metiner, Una física que nunca perdió su humanidad.
El elemento químico transuránico de número atómico 109, lleva su nombre: Meitnerio
Austrian physicist Lise Meitner (1878–1968) is buried in the graveyard of St. James’ Church, located in Bramley, Hampshire, England. Her grave marker reads: «A physicist who never lost her humanity.» by Deben Dave. Wikimedia-Commons
Esta biografía se ha inspirado principalmente en el libro de Ruth Lewin Sime, Lise Meitner . A life in Physics.
Leona Woods durante su estancia en Met Lab de Chicago University of Chicago Photographic Archive, [apf1-11715], Special Collections Research Center, University of Chicago Library
Cada vez que, al comenzar un nuevo ciclo, un reactor nuclear alcanza la criticidad se vive un momento que, pese a la cotidianidad, sigue siendo emocionante. Pero seguro que no puede compararse con la emoción de la primera vez en la historia que se consiguió una reacción nuclear auto-sostenida. Por aquel entonces los físicos con experiencia en diseño y operación de reactores eran raros y escasos.
En una pista de squash bajo las gradas del estadio de futbol de la Universidad de Chicago y en el marco de un ambicioso y secreto programa de investigación nuclear -el Proyecto Manhattan- el equipo liderado por Enrico Fermi construyó una pila de uranio y grafito, Chicago pile-1, que alcanzó la criticidad controlada una fría tarde del 2 de diciembre de 1942. Comenzaba así la era nuclear, pero tan solo una mujer, Leona Harried Woods, formaba parte de aquel equipo. Laura Fermi la recordaría como “una joven alta de complexión atlética que podía hacer el trabajo de un hombre y lo hacía bien”.
Leona Woods- Estudiante
Leona H. Woods, la segunda de los cinco hijos de Weighstill Arno Woods y Mary Leona Holderness nació en La Grange, Ilinois, el 9 de agosto de 1919. Desde muy joven mostró grandes dotes académicas logrando graduarse en la enseñanza secundaria a la edad de 14 años. En 1935 comenzó sus estudios en la Universidad de Chicago donde 4 años más tarde, con tan solo 19, obtuvo su licenciatura en Ciencias Químicas. Durante su paso por la Universidad, Leona mostró interés por una gran variedades de actividades. Como jugadora de baloncesto fue elegida capitana del equipo de novatas y como miembro del grupo YMCA del campus participó en acciones de voluntariado en la comunidad
Tampoco ella fue ajena a los prejuicios de género de su época. Aunque, afortunadamente, en su caso tan solo forma parte del anecdotario. “Siendo mujer se morirá de hambre” le advirtió James Franck cuando le pidió que la aceptara como alumna de doctorado. Leona no debió tomarlo muy en serio pues finalmente acabó su tesis –On the Silicon Oxide Bands– bajo la supervisión de Robert Mulliken (premio Nobel en 1966). Woods fue la más joven y la última de sus alumnos antes de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que la mayoría de sus compañeros decidieron unirse a los esfuerzos de la guerra, quedaron algunos contactos como el físico nuclear Herbert Anderson, quien supo de su pasión y aptitudes por las tecnologías del vació, lo que llevó a que fuera contratada como parte del pequeño grupo de investigación de Enrico Fermi. De nuevo Leona sería el miembro más joven además de la única mujer. El grupo consistía, básicamente, en un conjunto de físicos jóvenes y brillantes que trabajaban y se divertían juntos, como una gran familia. Al atardecer, solían ir a nadar en las heladas aguas del Lago Michigan y la atlética Leona participaba en ello activamente. Fermi solía darles charlas sobre los recientes desarrollos en física nuclear de forma que Woods, encargada de tomar notas, pronto adquirió un buen conocimiento del estado-del-arte de la física nuclear del momento.
Grupo de ingenieros presentes en la primera criticidad CP-1. Woods tercera desde la derecha. University of Chicago Photographic Archive, [apf3-00232], Special Collections Research Center, University of Chicago Library
Sus aportaciones al grupo y en concreto al experimento de la Chicago pile-1 fueron determinantes. Woods construyó un contador de trifluoruro de boro que utilizaron como detector de actividad de neutrones, paso fundamental para confirmar que la reacción en cadena realmente se había producido.
En 1943, cuando todo el equipo se trasladó al Argonne National Laboratory para supervisar el desarrollo del reactor de Hanford, primer reactor nuclear de producción a gran escala de plutonio para la fabricación de la bomba atómica, Leona contrajo matrimonio con su compañero John Marshall y poco después quedó embarazada de su primer hijo.
La maternidad no supuso un obstáculo. Para evitar que su embarazo la apartara del trabajo, Leona y Fermi acordaron mantenerlo en secreto y ocultarlo bajo amplias prendas de vestir. Su hijo Peter nació completamente sano y la Dra. Woods se reincorporó al trabajo unos días más tarde. El proyecto en el que, tanto ella como su marido, estaban implicados requería una dedicación de 24 horas los siete días de la semana en forma de turnos. La propia Leona lo definía como “bebystitting the reactor”. No cabe duda de que el apoyo de su madre en el cuidado de su hijo fue un aporte esencial para que pudiera continuar con su labor científica. Cinco años más tarde la familia se ampliaría con la llegada de John, su segundo hijo.
Cara B Reactor Hanford
Durante el periodo de Hanford, Woods colaboró con John Wheeler en la resolución de uno de los mayores problemas de la física de reactores. La propia Leona relataba cuidadosamente todos los acontecimientos de aquella mítica jornada en una entrevista realizada en 1986. Todo estaba estudiado para su primer arranque: los operadores tenían manuales, habían repasado sus procedimientos una y otra vez. Se podía ver cómo el agua se calentaba y circulaba por los tubos, las barras de control comenzaron a extraerse más y más. Pero, de repente, algo ocurrió y la reactividad comenzó a disminuir hasta que el reactor se apagó por completo. “Todo el mundo se quedó parado y mirándose entre sí”.
Aquella misma noche resolvieron el problema, el reactor experimental de Oak Rigde, ya había mostrado el mismo comportamiento. Lo habían interpretado como envenenamiento pero no pudieron probarlo. Ahora estudiaron varios venenos y probaron una y otra vez hasta ver cuál encajaba. El Xenón-135 no solo era un producto de fisión, sino que también era un absorbente de neutrones, un veneno que los absorbía más deprisa de lo que se generaban.
Tras la guerra continuó como experta en el Instituto para Estudios Nucleares de la Universidad de Chicago dirigido por Fermi, quien como su mentor tuvo una gran influencia en los primeros trabajos de Woods y direccionó su desarrollo intelectual hacía la física. Aunque continuaron trabajando en proyectos nucleares pronto se movieron hacia el campo de las partículas elementales.
En 1954, coincidiendo con la muerte de Enrico Fermi, el grupo comenzó a disgregarse. Mientras John Marshall regresaba a los Álamos, Leona se convertía en 1957 en investigadora del Institute of Advanced Studies in Princeton. En los años siguientes Woods ocuparía varios puestos con un incremento gradual de su status.
Entre 1958 y 1960 fue miembro visitante del Bookhaven National Lab, cuyo departamento de física patrocina hoy en día el distinguido premio, Leona Woods Lectureship Award, destinado a premiar los logros científicos de físicas sobresalientes, físicos de grupos minoritarios subrepresentados y físicos LGBTQ.
Entre 1960 y 1963 fue profesora asociada de física de la Universidad de New York y en 1963 de la Universidad de Colorado. También actuó como consultora para los Álamos, TRW Space Systems Group y Rand Corporation, de la que fue nombrada miembro de honor en 1966. Durante este periodo además de por la física de partículas comenzó a interesarse también por la cosmología.
En 1966 su carrera profesional dio un giro en otra dirección, concretamente tras su divorcio de Marshall y posterior matrimonio con Willard Libby, otro antiguo miembro del grupo de investigación de Fermi y premio Nobel de Química por su método de datación por radiocarbono. Convertida en Leona Harriet Marshall Libby se trasladó a California como profesora de UCLA donde ayudó a organizar el departamento de ciencias medioambientales. Aunque continuó con sus estudios de física de partículas, comenzó a interesarse por los trabajos de su segundo marido y mentor. Leona puso especial interés en la determinación experimental del clima de épocas antiguas a partir de los anillos de los árboles. El método desarrollado por Leona, al que denominó Tree thermometer, permite identificar la temperatura a la que una pieza de madera se formó en un momento determinado mediante el estudio de las proporciones de dos isótopos del Oxígeno, O16 y O18. Resultó ser una herramienta climatológica muy útil y precursora de los estudios sobre el cambio climático. Sin embargo, sus originales contribuciones fueron, de alguna manera, ensombrecidas por la figura de su famoso marido.
Publicó más de 200 artículos científicos y varios libros entre los que destacamos The Uranium People (1979), donde narra la historia de su participación en el Proyecto Manhattan y Past Climates: Tree thermometers, Commodities and People (1983). Leona Woods falleció en 1986 a la edad de 67 años. A lo largo de su vida pasó de niña prodigio a joven fenómeno del proyecto Manhattan, de cuya contribución nunca se arrepintió, para finalmente defender el uso pacífico de la energía nuclear como método de estudio del cambio climático.
Sin embargo, Leona nunca fue una figura relevante de la física, puede que fuera debido a que trabajó en varios campos divergentes o tal vez, simplemente, a que trabajó a la sombra de dos gigantes: Fermi y Libby.
Recreación libre de la entrevista original de S.L Sanger a Leona Marshall Libby en 1986. Esta recreación ha sido autorizada por el autor.
Lise Meitner with students. Courtesy of Bryn Mawr College. (April 1959)
«Pensando en el pasado… en mi época de juventud, uno se da cuenta con asombro de cuantos problemas existían entonces en la vida rutinaria de cualquier muchacha y que hoy parecen casi inimaginables». Esta frase, que podría haber sido dicha por cualquiera de nuestras abuelas, fue escrita en 1951 por la física austriaca Lise Meitner quien a sus más de 70 años contaba con una larga y fructífera carrera de investigación en física nuclear
Las dificultades para las mujeres eran de todo tipo: no podían administrar sus propios bienes, ni votar, ni vestir a su antojo; como dato curioso la prohibición de usar pantalón no se abolió formalmente en Francia hasta el año 2013. Pero la mayor dificultad para Lise era la imposibilidad de recibir una educación académica, ya que en la Europa Central y del Este del siglo XIX la educación superior no estaba permitida a las mujeres y, por lo tanto, tampoco una educación secundaria que les permitiera el acceso a la misma. Si su Austria natal era reticente a la incorporación de la mujer al mundo académico, Alemania mostraba incluso más resistencia.
Lo cierto es que para la mayoría de las mujeres de la época, a partir de los catorce años las expectativas eran pocas: ayudar en casa, coser y soñar con un marido. La única manera de avanzar era asistir a clases privadas para señoritas de clase media y el único trabajo al que podían aspirar era a ser profesoras de alguna materia que no requiriese formación universitaria.
«Cuando veo a una mujer poner la aguja exquisitamente bien, a la misma distancia de la última puntada, la cual está a la misma distancia que la puntada anterior, pienso en la gran capacidad que tiene para la observación astronómica. Sin saberlo está usando un micrómetro; inconscientemente está graduando círculos. El ojo que ha sido entrenado en semejante tarea es especialmente adecuado para usar un prisma y un espectroscopio». Estas declaraciones las pronunciaba en 1876 María Mitchell, primera mujer profesora de astronomía en Estados Unidos. Ella fue la primera mujer en ser admitida en la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias en 1848, porque afortunadamente al otro lado del Atlántico las cosas iban un poco mejor que en Europa. Desde los años 1830 en Estados Unidos los colegios de mujeres proporcionaban el camino para obtener una licenciatura.
En Inglaterra, por su parte, en 1848 la Universidad de Londres admitió el Queen’s College para mujeres, aunque a estas no se les permitió recibir títulos hasta 1878. Las Siete de Edimburgo fueron el primer grupo de mujeres universitarias matriculadas en una universidad británica en 1869, pero se les impidió tanto graduarse como convertirse en médicas.
Entre 1850 y 1890 las mujeres adquieren en Europa el derecho de acceso a la universidad. Las universidades de París y Zúrich fueron las pioneras seguidas de Dinamarca y de muchas universidades italianas que volverían a aceptar mujeres en las aulas hacia 1870.
Pese a los prejuicios, parecía evidente que en Austria, como ya se había demostrado en Estados Unidos, Francia o en Suiza, las mujeres podían formarse sin sufrir por ello taras mentales, infertilidad o una catástrofe social. En 1897 el gobierno permitía el acceso de la mujer a las facultades filosóficas (letras y ciencias) y unos años más tarde en las escuelas de medicina. Al principio se les permitió el acceso a la universidad sin formación secundaria reglada, bastaba tan solo con superar el examen de ingreso o Matura. Pero los prejuicios sociales en contra de la educación de las mujeres podían ser incluso más profundos que las dificultades administrativas. La propia Lise cuenta la anécdota de una joven de 24 años que quiso ser tutorizada de forma privada para preparar el Matura y a la que sus padres mantuvieron, siempre por su bien, literalmente prisionera en su casa intentado que cambiara de opinión. Solo cuando escapó, sus padres se dieron cuenta de que no volvería si no le daban permiso para estudiar.
Afortunadamente, los Meitner no tenían estos prejuicios y todos estos cambios, aunque tarde, llegaron a tiempo para Lise que en 1901, a los 23 años de edad, se incorporaba a la Universidad de Viena. Con esa misma edad, pero 10 años antes, entraba en la Sorbona la que sería la primera persona en obtener dos veces el premio Nobel: la joven polaca María Sklodowska, mundialmente conocida como Mme. Curie.
Finalmente, en 1901 las primeras universidades alemanas les abrían también sus puertas lo que no impidió que años antes, en 1874, la matemática rusa Sofia Kovalévskaya obtuviera el título de doctora summa cum laude en la Universidad de Göttingen; sería la primera mujer en obtener este título no solo en Alemania, sino en el mundo.
La primera universitaria española, María Elena Maseras, se matriculó en 1872 para estudiar medicina en la Universidad de Barcelona, pero cuando en 1878 solicitó el título, las autoridades advirtieron por primera vez la presencia femenina en la universidad. Inicialmente les negaron el título por el hecho de ser mujeres y luego pasaron a concedérselo pero sin que las capacitara para ejercer ninguna profesión. Finalmente se prohibió de modo expreso la matrícula de muchachas en los estudios de bachillerato y en los universitarios. En 1888 se les permitió el acceso a todos los niveles educativos, pero siempre en enseñanza libre y previa petición expresa al Ministerio de Fomento. Esta situación se prolongó hasta el 8 de marzo de 1910, fecha en que la mujer española pudo por fin matricularse libremente en la universidad y en enseñanza oficial.
Aunque a principio del siglo XX muchas de las universidades de todo el mundo habían abierto sus puertas a las mujeres, el número de estas en disciplinas científicas era todavía minoritario. En 1926 en los Estados Unidos el 43% de los estudiantes universitarios eran mujeres, pero nadie había oído jamás hablar de una mujer ingeniero.
«Se quedaron atónitos cuando me descubrieron a mí, una joven muchacha de 17 años matriculada en el primer año de ingeniería de minas. La inmunidad de los ingenieros a lo largo de los años les había hecho creer que eso no ocurriría jamás y fue para ellos una sorpresa horrible». La espontánea pluma de la escritora norteamericana Emily Hahn describía así su entrada en Ingeniería de Minas en la Universidad de Wisconsin.
Su tutor, el profesor Shorey, no daba crédito. En su primera tutoría le dijo: «Usted nunca conseguirá un trabajo, incluso si obtuviera su título, lo que es bastante dudoso». Y continuó «si yo dirigiera una mina, nunca contrataría a una mujer en ninguna disciplina técnica. Nunca obtendrá la experiencia práctica y será un estorbo en la oficina». Ante la insistencia de Emily por saber por qué no adquiriría la experiencia necesaria, el profesor replicó: «es de locos discutir. Es una pérdida de tiempo, el mío y el suyo, ya que no obtendrá su título». Emily entonces se adelantó en su silla acercándose al escritorio y preguntó: «¿por qué no obtendré mi título?»
«La mente femenina» explicó Shorey cuidadosa y amablemente, «es incapaz de captar la mecánica, las matemáticas elevadas o cualquier fundamento de la minería que se enseñan en este curso». Quedaba patente que todavía había mucho por hacer. Emily Hahn fue la primera mujer en recibir el grado de Ingeniería de Minas.
Todas estas pioneras tienen en común la rebeldía, la pasión y la voluntad de trabajo que les llevó a cumplir sus sueños pese a los prejuicios y las trabas administrativas de la época. Nadie lo describe mejor que Mary Somerville, la divulgadora escocesa que acuñó el término científico/ca: «Algunas veces encuentro los problemas [matemáticos] difíciles pero mi vieja terquedad permanece ya que, si no tengo éxito hoy, los atacaré de nuevo mañana».
Sólo se puede añadir: ¡Qué mujeres!
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