Breve historia del fracaso de la investigación nuclear alemana
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El origen-1938
Esta historia comenzó en los años treinta, cuando por fin los núcleos desvelan su verdadera naturaleza. Pero la paradoja de la ciencia es que a veces los fenómenos naturales se detectan por casualidad tras una cadena de coincidencias. De hecho cuatro años de errores e hipótesis equivocadas precedieron al descubrimiento, en diciembre de 1938, un año antes del inicio de la guerra, del hecho decisivo de que el núcleo de uranio podía dividirse. Otto Hahn y Fritz Strassmann, responsables del descubrimiento, declaraban que éste se produjo “cuando el momento estuvo maduro para ello”. Fue solo la fortuna la que hizo que ocurriera en Alemania.
La doctora Lise Meitner, colaboradora de Hahn durante casi 30 años que se había visto obligada a abandonar Alemania unos meses antes debido a sus raíces judías, recibió una interesante carta de Otto mientras disfrutaba en Suecia sus vacaciones navideñas en compañía de su sobrino, el físico Otto R. Frisch. En ella, Hahn le consultaba si existía alguna posible explicación, de acuerdo a las leyes de la física, para sus extraños resultados: al bombardear uranio con neutrones en busca de elementos más masivos que este (transuránidos) habían detectado bario[1].
Lise y Frisch, basándose en el modelo de núcleo de la “gota líquida” postulado un par de años antes por Bohr, valoraron la posibilidad de que el núcleo pudiera partirse en dos mitades casi iguales, las cuales al estar eléctricamente cargadas se repelerían fuertemente. Usando la ecuación de Einstein (E=mc2) calcularon que la energía liberada en cada fisión sería suficiente grande – 200 millones de eV- como para causar un salto visible en un grano de arena.

A través de largas conversaciones telefónicas, Otto Frisch y Lise Meitner escribieron un artículo con sus hallazgos, en él se hablaba por primera vez del proceso de “fision”. El artículo se recibió en la sede de la revista Nature, en Londres, a mediados de enero pero no sería publicado hasta un mes más tarde. Mientras tanto, el secreto viajaba a través del Atlántico de la mano de Niels Bohr, quien por error se lo confió durante la travesía a su colaborador Leon Rosenfeld, el cual creyendo que ya estaba publicado, lo mencionaría en una conferencia de físicos teóricos indicando además sencillas técnicas experimentales para demostrarlo. Los físicos experimentales presentes se levantaron de entre la audiencia y aun con su sus trajes de etiqueta, fueron inmediatamente a sus laboratorios a repetirlo y confirmarlo.
Dos o tres días más tarde, los periódicos nacionales informaban sobre los resultados y cuando los artículos de Frisch y Meitner y de otros físicos alemanes, que lo confirmaban de forma independiente, fueron finalmente publicados, los laureles ya habían sido depositados sobre otras cabezas, en este caso la de Enrico Fermi y la Universidad de Columbia según The Times.
En aquella conferencia se encontraba Leo Szilard, un errático visionario que ya en 1934 concibió y patentó la noción de reacción en cadena: además de los fragmentos de fisión también se liberarían neutrones que a su vez producirían una fisión en otro átomo de uranio y así sucesivamente. Si la reacción se producía lo suficientemente rápido podría causar una explosión nuclear. Szilard decidió que si de verdad existían esos neutrones, dicha información debía mantenerse en secreto para evitar la posibilidad de que los alemanes pudieran hacer una bomba atómica. Sin embargo la censura en las publicaciones no se haría efectiva hasta mediados de 1940 y entre tanto los alemanes, ávidos lectores de la revista American Physical Review, pudieron acceder y aprovechar toda esa información.

Entre tanto en Europa, el equipo del profesor Frédéric Joliot confirmaba en su laboratorio de París la existencia de los neutrones que se sospechaba que debían existir durante el proceso de fisión. Ajenos a las recomendaciones de mantenerlo en secreto, el 19 de marzo de 1939 publicaron en la revista Nature una carta que llevaba por título “Liberación de Neutrones en una explosión nuclear de Uranio”.
Éste artículo sería el embrión que llevaría al diputado y Profesor alemán Abraham Esau, presidente del Reich Bureau of Standards, a celebrar el 29 de Abril de 1939 una conferencia secreta para analizar la posibilidad de fabricar un “quemador experimental de uranio”. Para muchos de los asistentes era la primera vez que oían hablar del proyecto de investigación del uranio.
Debido a las circunstancias de la inminente guerra, los científicos de ambos lados sintieron la necesidad de informar a sus respectivos gobiernos del potencial militar de la energía nuclear. Bien conocidas son las cartas de Einstein alertando al presidente Franklin D. Roosevelt sobre la posibilidad de una bomba atómica alemana. Por el lado alemán, la alerta fue una carta fechada el 24 de abril de 1939, en la cual los profesores Hartech y Groth de la Universidad de Hamburgo, informaban a Erich Schumann, responsable de la investigación en armamento del German Army Weapons Bureau, de la posibilidad del uso de la recientemente descubierta fisión nuclear como explosivo muy potente. Schumann puso el asunto en manos de su experto en física nuclear y explosivos, Kurt Diebner, uno de los detenidos en Farm Hall, quien al frente de la Oficina Independiente para la investigación Nuclear consiguió los primeros fondos del ejército para comenzar la investigación.
Así, en el momento en que da comienzo la segunda Guerra Mundial, tan solo Alemania, de entre todas las potencias, tenía un oficial militar dedicado exclusivamente al estudio de las aplicaciones militares de la fisión nuclear. Lo que podría, en principio, parecer un comienzo muy prometedor.
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[1] El Bario es un elemento muy alejado del uranio en la tabla periódica y mucho menos masivo.